Acudir a Cristo para volver a nacer

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Acudir a Jesús de noche

Había un hombre de los fariseos que se llamaba Nicodemo, un principal entre los judíos. Éste vino a Jesús de noche, y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él  (Juan 3:1-2)

Aunque no parezca del todo común, el mejor momento en el que nos podemos encontrar con Jesús es en la noche, por supuesto, no en el sentido literal. Esta noche de la que nos habla el Evangelio se refiere a la quietud y pasividad interiores, a un momento de silencio de calma espiritual. 

Es en la noche cuando nos despojamos de las preocupaciones y ajetreos del día a día; sólo en este momento podemos acercarnos a Jesús libres de toda otra distracción. Él siempre está esperando a que busquemos esos momentos de «noche» para estar a solas con Él. Jesús quiere que aprendamos a descansar en Él.

El que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios.

Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios (Juan 3:3).

Dios siempre nos pide ir más allá. No basta con acudir a Él, es necesario tomar un paso a la acción, buscar y tratar de mejorar ese aspecto de nuestra vida que debemos cambiar. Jesús nos pide conversión. 

La conversión requiere que nos despojemos de nosotros mismos para así dejar que Dios actúe en nuestras vidas. El olvidarnos de nosotros mismos implica un volver a nacer, nacer una nueva vida en la que “no soy yo quien vive, sino Cristo quien vive en mí”.

Nacer del agua y del espíritu

Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.p Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es (Juan 3: 4-6).

Seguramente nos preguntamos, ¿cómo es posible volver a nacer? Ésta era la pregunta que agobiaba a Nicodemo quien no entendía la exigencia espiritual de las palabras del Maestro. 

Con el pasar de los años, se van adhiriendo a nuestra personalidad ciertas formas de ser, pensar o actuar que no son propiamente buenas; estas adherencias se van convirtiendo en un obstáculo que luego nos impedirá entrar en el Reino de Dios. 

El agua representa la purificación, el modo en que vamos limpiando nuestros corazones para hacer espacio para Dios. El espíritu es el don de Dios que se da a sí mismo para llenar el vacío de nuestras vidas, sólo con Él y por Él podremos nacer de nuevo

El Evangelio recuerda que aquel que está llamado a dar testimonio de la Resurrección de Cristo debe, en primera persona, “nacer de lo alto”. De lo contrario, se termina como Nicodemo que, a pesar de ser un maestro en Israel, no entendía las palabras de Jesús cuando decía que para “ver el reino de Dios” hay que “nacer de lo alto”, nacer “del agua y del Espíritu”. 

Nicodemo no entendía la lógica de Dios, que es la lógica de la gracia, de la misericordia, por la cual el que se hace pequeño se vuelve grande, el que se hace último pasa a ser el primero, el que se reconoce enfermo se cura. 

Esto significa dejar realmente la primacía al Padre, a Jesús y al Espíritu Santo en nuestra vida. Pero no se trata de convertirse en discípulos o pastores “poseídos”, casi como si se fuera depositario de un carisma extraordinario. 

Se trata de ser discípulos ordinarios, simples, humildes, equilibrados, pero capaces de dejarse regenerar constantemente por el Espíritu, dóciles a su fuerza, interiormente libres —sobre todo de sí mismos— porque les mueve el “viento” del Espíritu que sopla donde quiere.

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