Cuándo guardar silencio y cuándo hablar con las palabras que agradan a Dios

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Es muy fácil caer en conversaciones inútiles con las cuales no ganamos nada pero sí podemos perder mucho. Lo cierto es que todo lo que digamos genera una nueva realidad, pues impacta positiva o negativamente tanto en nosotros como en los demás.

Si no somos conscientes del arma letal que nuestra lengua puede llegar a ser, sin pretenderlo nos alejamos de Dios porque ¿cómo se puede estar cerca de Dios si por nuestras palabras nos hemos alejado de los hombres?

Dice la Palabra de Dios en Santiago, capítulo 3, verso 6, que “la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno:

Si queremos evitar conversaciones tóxicas e infructíferas, necesitamos fomentar y fortalecer 3 virtudes 

La Modestia 

Cuando se trate de hablar de uno mismo, busquemos ser moderados, hablemos lo necesario y siempre preguntémonos cuál es nuestra intención detrás de nuestras palabras.

¿Qué espero ganar después de esta conversación? Si mi respuesta señala algunas motivaciones como la vanagloria, la admiración y aprobación de los demás, o el reforzamiento de mi ego, es muy probable que nos convirtamos en personas muy vulnerables, pues existe el riesgo de que no consigamos lo que pretendemos, lo cual sería muy decepcionante.

Lejos de ganar algo, perderemos autenticidad y paz interior, pues nuestras emociones oscilarán entre la expectativa y la frustración causada por la respuesta de nuestros interlocutores.

Benevolencia 

Para hablar de otros tendríamos que ser capaces de ver su corazón, pero generalmente, sólo alcanzamos a hacer juicios rápidos y superficiales sobre lo que creemos saber de los demás.

Es así que es altamente probable que estemos ligeramente o muy equivocados respecto a la percepción que tenemos de las personas. Para errar lo menos posible, hablemos sólo de aquello que exalte las virtudes del otro y evitemos a toda costa hablar de aquello que pueda dañar su imagen y su vida, aún y cuando tengamos evidencias que sustenten nuestros juicios.

“Juzgar pertenece a Dios. Él ve el corazón humano, mientras que el hombre no ve más que la cara”.

Prudencia

“Examina bien todo lo que quisieras decir antes que las palabras pasen del corazón a la lengua”. Hagamos del silencio nuestro aliado, el espacio en el que nuestra mente puede detenerse unos instantes para hacer un balance objetivo de las ganancias y pérdidas que nos reportarán nuestros comentarios.

Pero no sólo le demos cabida a la razón, también permitamos que nuestro espíritu juegue un rol importante en nuestra decisión de hablar o de callar. Busquemos que el motor de nuestra lengua sea nuestro deseo de agradar a Dios.

No hay palabras inocentes y en nuestras conversaciones se esconde mucho de lo que somos, pero también mucho de nuestro porvenir, pues a partir de lo que declaramos, vamos también moldeando el tipo de persona en quien poco a poco nos iremos convirtiendo.

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