La familia tiene la misión de edificar el Reino de Dios porque es la institución más vital y cercana a la persona. Ningún grupo, asociación o ministerio, tiene la capacidad de sustituir a la familia en la tarea de construir el Reino de Dios en en la tierra. Por eso es fundamental su participación activa en la vida cristiana.
Los miembros de la familia, enseñados por la Palabra de Dios e irradiando el espíritu del Evangelio, son una pequeña porción viva de la Iglesia de Jesucristo.
La familia cristiana es una comunidad creyente y evangelizadora, que con su manera de relacionarse, protegerse y proveerse, da testimonio de la presencia de Cristo en el mundo a través de la unidad y fidelidad de los esposos, y la conservación y transmisión de la fe a los hijos.
En la familia los padres deben comunicar el Evangelio a los hijos, pero también pueden recibirlo de ellos con sus muestras de amor. Además, también la familia debe transmitir la fe a otras familias y a los ambientes donde se desenvuelve en su vida ordinaria a través de su unidad y su fidelidad.
Los padres deben dar ejemplo con naturalidad de cómo vivir la vida cristiana y los hijos deben saber que sus padres tratan con Dios todos los días, que evangelizan con su ejemplo y sus palabras, que transmiten los valores humanos y cristianos, que aman al trabajo con sentido de responsabilidad, que respetan a sus superiores, y que viven con el amor a la verdad, la sinceridad, la vida sencilla, austera y limpia, porque todas esas virtudes las vivió Jesucristo.
La familia es el testimonio de la vida cristiana en la sociedad y en la medida en que los esposos viven bien las exigencias de su vocación matrimonial, fermentan el espíritu de Dios en la sociedad.
Ese clima de amor y generosidad cristiana facilitará prestar ayuda espiritual o material a otras familias que lo necesiten. También pueden hacerse presentes en las actividades propias de los ministerios de evangelización de tu Iglesia local.
Los padres son los primeros iniciadores de la fe en sus hijos. Deben enseñarlos a orar y comenzar a explicarles las principales verdades contenidas en la Palabra de Dios. Su iglesia local perfeccionará más tarde esa enseñanza. Lo que los padres enseñan en la infancia, tiene una gran importancia para la vida futura de los hijos.
Jesucristo nos enseñó que cuando hay dos o tres congregados en su nombre, allí está Él en medio de ellos (Mt 17,19). Nos enseñó a alabar a Dios, a darle gracias y pedirle sus dones. Esa es parte esencial de la vida de una familia cristiana.
Los motivos para orar son las mismas circunstancias ordinarias de la vida en que debemos y podemos comunicarnos con Dios: en nuestra oración debemos pedir estar juntos en alegrías y dolores, esperanzas y tristezas, nacimientos y cumpleaños, aniversarios, viajes, alejamientos y regresos, momentos importantes, fallecimiento de personas queridas, etc. Siempre debemos pedir estar juntos.
Los padres son los principales educadores en la oración. Deben enseñar a sus hijos a orar y a tratar a Dios en ocasiones ordinarias de la vida: al acostarse y al levantarse; antes y después de las comidas; a dar gracias por los beneficios; en la asistencia al servicio dominical, a orar por las necesidades espirituales y materiales de los demás.
La principal educación para la oración será siempre el testimonio de los padres.