Cuando alguien llama a una puerta, es porque está queriendo entrar en la casa, o entregar un mensaje. De la misma manera Jesús está llamando a la puerta de tu corazón. Cristo llama a tu puerta y podemos estar convencidos de que es bienaventurado aquel a cuya puerta llama Cristo.
La gran puerta de la fe se abre por dentro y por fuera al mismo tiempo, con dos llaves, una de las cuales está en manos del hombre, la otra está en manos de Dios, el hombre no puede abrirlas sin la ayuda de Dios y Dios no quiere abrirlas sin la colaboración del hombre.
En el libro de los Hechos de los Apóstoles leemos que Dios “había abierto la puerta de la fe a los gentiles” (Hechos 14:27). Dios abre la puerta de la fe enviando a quienes predican la buena nueva; el hombre abre la puerta de la fe al aceptar a quien le habla de Dios.
Con la venida de Cristo, se da un salto cualitativo en cuanto a la fe. No en la naturaleza de la fe, sino en su contenido, porque ahora ya no se trata de una fe genérica en Dios, sino de la fe en Cristo nacido, muerto y resucitado por nosotros.
La Carta a los Hebreos capítulo 11 hace una larga lista de creyentes: “Por la fe Abel… Por la fe Enoc… Por la fe Noé… Por la fe Abraham… Por la fe Isaac… Por la fe Jacob… Por la fe Moisés…” Pero concluye diciendo: “todos estos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido” (Hebreos 11, 39).
¿Qué les faltó? A Abraham, a Isaac, a Jacob, les faltó Jesús, “el autor y consumador de la fe” (Hebreos 12:2), es decir, les faltó el que hace surgir la fe y la lleva a su plenitud.
La fe cristiana, por tanto, no consiste sólo en creer en Dios; consiste en creer también en aquel a quien Dios ha enviado. Cuando, antes de realizar un milagro, Jesús pregunta: “¿Crees?” y, después de haberlo cumplido, afirma: “Tu fe te ha salvado”, no se refiere a una fe genérica en Dios, esa se daba por supuesta en todo israelita; se refiere a la fe en él, en el poder divino que le ha sido otorgado.
Esta es ahora la fe que hace justos a los pecadores, la fe que da a luz una nueva vida. Se trata de una fe que Pablo dibuja en el mapa del cuerpo humano (Romanos capítulo 10).
Dice Pablo que todo comienza por los oídos, al escuchar el anuncio del Evangelio: “la fe es por el oír” (Romanos 10:17). De los oídos, se pasa al corazón, donde se toma la decisión fundamental: “con el corazón se cree” (Romanos 10:10). Desde el corazón, sube a la boca: “con la boca se confiesa para salvación” (Romanos 10:9-10).
El proceso no acaba ahí, sino que, desde los oídos, el corazón y la boca, pasa a las manos, porque “la fe obra por el amor”, dice el Apóstol (Gálatas 5: 6) coincidiendo con Santiago. De esa manera llegamos al valor de las “obras”: llegamos a la obras pero no antes, sino después de la fe, porque no se llega a la fe a partir de las virtudes, sino que se llega a las virtudes a partir de la fe.
Nuestra puerta es la fe. Si quieres abrir las puertas de tu fe, el rey de la gloria vendrá a ti. Abre pues, ¡abre de par en par las puertas a Cristo!.