Nuestro amor a Dios nace de reconocer que Él nos amó primero

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¡Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, y alzaos vosotras, puertas eternas, y entrará el Rey de gloria. (Sal 24: 7). En nuestro intento de abrir las puertas a Cristo, hemos llegado a la puerta más interior de nuestro ser, la de la virtud del amor.

En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.… Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero (1Juan 4: 10 y 19).

Con la ayuda del Espíritu Santo tratamos de comprender cuál es la consecuencia que hay de descubrir y sobre todo de vivir la virtud teologal del amor. La Biblia es un tratado sobre el Dios que ama; pero, a pesar de esto, casi siempre, cuando hablamos del “amor de Dios”, Dios es el objeto del amor, el Dios amado y no el sujeto del amor, el Dios que nos ama.

¿Qué significa abrir la puerta del amor a Cristo? ¿Significa, acaso, que tomamos la iniciativa de amar a Dios? Así habrían respondido los teólogos del antiguo testamento, basándose en la concepción que tenían del amor de Dios: desde esa perspectiva Dios mueve el mundo y nuestras vidas en cuanto es amado. Es decir, Dios mueve al mundo y mueve nuestras vidas cuando el hombre lo ama. Sin embargo, este punto de vista fue completamente invertido en el Nuevo Testamento.

Es muy cierto que amar a Dios con todas las fuerzas es “el primer y mayor mandamiento”. Esto es ciertamente lo primero en el orden de los mandamientos; ¡pero el orden de los mandamientos no es el primer orden. Antes del orden de los mandamientos, está el orden de la gracia, es decir, del amor gratuito de Dios. 

El mandamiento mismo se funda en el don; el deber de amar a Dios se basa en ser amados por Dios: “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero”, nos recuerda el evangelista Juan (1 Juan 4:19). 

Abrir la puerta del amor a Cristo significa, pues, algo muy específico: acoger el amor de Dios, creer en el amor: “nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios tiene para con nosotros porque Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él”, escribe Juan en el mismo contexto (1 Juan 4,16).

Entonces hermanos, no nos vanagloriemos porque hemos tomado la iniciativa de amar a Dios, reconozcamos en cambio que nuestra capacidad de amarlo surge a partir de la gracia, “porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan3:16). De ahí nace nuestro amor a Dios.

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