Una familia cristiana está formada por un padre, una madre e hijos, y a veces se puede extender para incluir abuelos, tíos y primos, todos unidos por lazos legales, sanguíneos y espirituales. Sus miembros siguen a Jesús y viven el evangelio en el hogar.
Eventualmente una familia cristiana puede estar incompleta, porque falta el padre o la madre por cualquier circunstancia, pero sigue siendo una familia.
La principal prioridad de una familia cristiana es honrar a Dios en todo momento y compartir las nuevas noticias de salvación por medio de nuestro señor Jesús.
La mayoría de las veces comparten el mismo hogar y buscan que éste sea un altar para Dios.
Lo más importante es que los integrantes de esa familia honren a Dios e imiten a Jesús en sus casas, que reflejen en sus vidas cada enseñanza de nuestro Maestro.
El matrimonio es el fundamento de la familia, tiene que ser fuerte y sólido y se caracteriza porque ambos honran a Dios. Él es la prioridad número uno. Ambos, marido y mujer, honran a Dios con su amor, su fidelidad su respeto y el profundo amor por los hijos.
El matrimonio cristiano tiene el profundo deber de llevar la relación hasta que la muerte los separe, por lo que tienen el compromiso ineludible de jamás separar lo que Dios ha unido. Esto hace de un matrimonio cristiano, una unión indisoluble.
En una familia cristiana, los hijos respetan a sus padres. Se conducen con amor y obediencia. Buscan, en todo momento, alegrar a sus padres a través de sus decisiones, palabras y comportamiento.
Conocen la importancia del primer mandamiento con promesa en Efesios 6:1-4: “Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa; para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra. Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor. Siervos, obedeced a vuestros amos terrenales con temor y temblor, con sencillez de vuestro corazón, como a Cristo; no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino como siervos de Cristo, de corazón haciendo la voluntad de Dios”.
Los padres tienen autoridad sobre sus hijos, por eso los corrigen con amor y disciplina como lo establece Proverbios 13:24 “El que detiene el castigo, a su hijo aborrece;Mas el que lo ama, desde temprano lo corrige”.
Los padres son pacientes, no se enojan de inmediato, por el contrario, ponen los conflictos en manos de Dios y esperan a que Dios les muestre cómo corregir a sus hijos. En pocas palabras, la relación entre padres e hijos cristianos está basada en amor, integridad, sabiduría, respeto, honestidad y gracia.
En una familia cristiana no existe favoritismo hacía algún hijo. Por el contrario, los padres deben amar a cada hijo por igual.
En un hogar cristiano, los hermanos se deben procurar y apoyar. Las envidias y codicias deben ser evitadas a toda costa; así como el espíritu de competencia o rivalidad. Dios desea que los hermanos se amen y se relacionen en armonía como lo menciona Salmos 133:1
La Biblia dice amarás a tu prójimo como a ti mismo, y nadie más prójimo que la familia misma. De esa forma cada cristiano o cristiana tiene que amar a su familia.
Sabemos que no hay familia perfecta, que cometemos errores y pecamos contra nuestra familia y contra Dios, pero como familia cristiana tenemos nuestros corazones dispuestos al arrepentimiento, a pedir perdón, a perdonar, y dispuestos a la corrección.