Sentir con el otro: un compromiso cristiano

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La solidaridad no es solo un acto de generosidad ocasional, sino una actitud de vida. Es la capacidad de ponernos en los zapatos del otro y actuar con amor. Jesús nos dejó un modelo claro: no se limitó a enseñar sobre la compasión, sino que la vivió en cada encuentro con los enfermos, los marginados, los pecadores y los necesitados.

Él mismo nos dio un mandamiento nuevo: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Juan 13,34). Y nos recordó que la señal más clara de nuestra fe será el amor que mostremos a los demás.

Por eso, vivir la solidaridad es hacer visible nuestra fe. No podemos llamarnos cristianos si no somos capaces de sentir con el otro y actuar en consecuencia. Y en esos momentos en que nos cuesta hacerlo, pidamos al Espíritu Santo que nos ayude a abrir nuestro corazón para ser más sensibles a las necesidades ajenas.

Un Llamado a la Reflexión

Hoy es un buen momento para preguntarnos:

  • ¿Estoy atento a las necesidades de quienes me rodean?
  • ¿Me esfuerzo por sentir con el otro y ayudar cuando es necesario?
  • ¿Soy solidario solo cuando es conveniente, o realmente me esfuerzo por hacer del servicio una forma de vida?

La solidaridad es un reflejo del amor de Dios en el mundo. Cuando practicamos este valor, promovemos la paz, la amistad y la fraternidad. Y sobre todo, nos convertimos en auténticos hijos de Dios, siguiendo el ejemplo de Jesús.

Que el Señor nos conceda un corazón sensible y generoso, dispuesto siempre a dar la mano al que lo necesita. Porque un día, quizás nosotros mismos estaremos en esa situación, y agradeceremos que alguien nos ayude con el mismo amor con el que Jesús ayudó a la viuda de Naín.

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