Volver a Dios

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Vivimos tiempos difíciles. La violencia, la inseguridad y el miedo parecen haber tomado el control de nuestras sociedades. Muchos de nosotros miramos a nuestro alrededor y nos preguntamos: ¿Qué ha pasado con el mundo? ¿Por qué hay tanta maldad? ¿Por qué parece que Dios ha apartado su rostro de nosotros?

Sin embargo, si nos detenemos a reflexionar, encontramos que este no es un fenómeno nuevo. En la Sagrada Escritura vemos cómo el pueblo de Dios, cuando se alejaba de Él, enfrentaba tiempos de crisis y sufrimiento. Pero también encontramos un mensaje de esperanza: Dios siempre está dispuesto a restaurar a su pueblo cuando este vuelve a Él con un corazón arrepentido.

Un llamado a la conversión

La Biblia nos dice: “si mi pueblo (…) se humilla, orando y buscando mi rostro, y se vuelven de sus malos caminos, yo les oiré desde los cielos, perdonaré su pecado y sanaré su tierra.” (2 Cro. 7, 14).

Este pasaje es una invitación clara de Dios a cambiar de rumbo. Nos recuerda que, aunque el mal parezca dominar, no es el destino final de la humanidad. Hay una salida, y esa salida es volver a Dios.

La Iglesia nos enseña que la conversión es un don de Dios, pero también un compromiso personal. No es sólo cambiar externamente, sino abrir nuestro corazón a la acción de la gracia, dejando que el Señor transforme nuestra vida desde lo más profundo.

San Juan Pablo II decía: “La conversión significa aceptar, con una decisión personal, la soberanía de Cristo y seguirlo” (Redemptoris Missio). Esta decisión nos lleva a renovar nuestra relación con Dios a través de la oración, la confesión, la comunión frecuente y una vida conforme al Evangelio.

La misericordia de Dios nunca se agota

Si alguna vez has sentido que has fallado demasiado como para volver a Dios, recuerda esto: Dios nunca se cansa de perdonar. El Papa Francisco nos lo ha repetido en numerosas ocasiones: “Dios no se cansa de perdonarnos, somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón”.

El Evangelio nos muestra la infinita misericordia del Padre en la parábola del hijo pródigo (Lc 15, 11-32). Cuando el hijo regresa, arrepentido y humillado, el padre no lo reprende ni lo rechaza. Al contrario, corre a su encuentro, lo abraza y lo restaura como su hijo.

Así es Dios con cada uno de nosotros. No importa cuánto hayamos fallado, Él siempre nos espera con los brazos abiertos. Solo nos pide que demos el paso de regresar a Él con un corazón sincero.

El poder de la oración en tiempos de crisis

A lo largo de la historia, la oración ha sido la clave para superar grandes desafíos. Cuando Moisés intercedió por el pueblo en el desierto, Dios cambió su intención de castigarlos y los perdonó (Éx 32, 11-14). Cuando el profeta Daniel oró con fervor, Dios le reveló su misericordia y su plan para su pueblo (Dn 9, 3-19).

Jesús mismo nos enseñó el poder de la oración cuando dijo: “Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá” (Mt 7, 7).

Hoy, más que nunca, necesitamos unirnos en oración. La violencia y la injusticia no serán vencidas con más odio o venganza, sino con corazones convertidos y una oración ferviente que toque el cielo.

Necesitamos hacer de la oración una prioridad, dedicar un momento cada semana para interceder por nuestra familia, nuestra comunidad y nuestro país. Orar con fe, creyendo que Dios escucha y actúa. Cuando un pueblo ora unido, Dios obra milagros.

Dios tiene un plan de esperanza para nosotros

No permitamos que el miedo y la desesperanza nos paralicen. Dios tiene planes de bienestar para su pueblo, como nos dice en Jer 29, 11: “bien sé los pensamientos que tengo sobre ustedes – dice el Señor – pensamientos de paz, y no de desgracia, de darles un porvenir de esperanza”.

Hoy es el momento de confiar en esta promesa. Aunque el mundo parezca estar en crisis, Dios sigue siendo el Señor de la historia. Si nos volvemos a Él con un corazón sincero y perseveramos en la oración, Él restaurará nuestra tierra y nos dará la paz que tanto anhelamos.

Que este sea un tiempo de gracia, un tiempo de retorno a Dios y de profunda confianza en su amor. Él es fiel y nunca abandona a quienes le buscan con fe.

Un compromiso de oración

Unámonos en un compromiso de oración. Dediquemos un día a la semana para interceder por nuestra familia, por nuestra ciudad y por el mundo entero. No dejemos pasar la oportunidad de ser parte de un gran movimiento de fe.

Confiemos en que Dios escucha cada oración y que, cuando su pueblo se une en súplica, grandes cosas pueden suceder.

Que María, nuestra Madre, nos acompañe en este camino de conversión y oración, y nos ayude a vivir con esperanza, confiando en la misericordia infinita de Dios.

¡Dios nos ama, y en Él está nuestra esperanza!

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