Durante años, los versículos de la carta a los Efesios que dicen “Mujeres, sométanse a sus maridos como al Señor” (Ef 5,22) han sido mal interpretados, arrancados de su contexto y usados como bandera por quienes, desde una visión machista autoritaria o feminista radical, han perdido de vista el verdadero corazón de este pasaje: el amor que refleja a Cristo y a la Iglesia.
Lejos de promover una sumisión opresiva o una obediencia ciega, san Pablo está revelando un misterio profundo sobre la comunión entre esposos, que encuentra su sentido pleno sólo a la luz de Cristo. Este “someterse” no puede entenderse sino como una forma de amor que nace de la libertad, la entrega mutua y el deseo de servir al otro por amor.
La sumisión como lenguaje del amor
La palabra “sumisión” (del latín submissio) en su raíz no implica esclavitud, sino “ponerse bajo” por propia voluntad, como quien se inclina por amor. En este sentido, la esposa no pierde su dignidad ni su voluntad, sino que, desde su propia libertad, elige amar de manera generosa, confiada y fecunda. Y esto, lejos de ser debilidad, es fortaleza: la fortaleza del amor que no exige, sino que se dona.
Pero este acto no es unilateral. San Pablo no detiene su exhortación allí. El versículo 25 dice: “Maridos, amen a sus esposas como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella”. ¿Qué mayor desafío puede haber para el hombre que amar hasta el extremo, hasta el sacrificio total, hasta la cruz? Cristo no dominó a su Iglesia; la sirvió. No la doblegó; la levantó. No se impuso; se entregó.
Una danza de entrega mutua
Lejos de una relación de poder, lo que propone san Pablo es una danza de amor mutuo: la esposa, confiando en el amor de su esposo, se abre a recibirlo; y el esposo, mirando el rostro de Cristo, se entrega por completo, no para ser servido, sino para servir. En este intercambio surge una unidad tan profunda que san Pablo la compara con el misterio mismo de Cristo y la Iglesia (Ef 5,32).
Este pasaje, leído con el corazón de la fe, no oprime ni silencia a la mujer, ni exalta al hombre como tirano. Al contrario: eleva el matrimonio a su vocación más alta. Aquí no hay lugar para el machismo, que destruye; ni para el egoísmo moderno que aísla. Hay lugar para un amor que salva, que edifica, que transforma.
Redescubrir la vocación del amor
Es urgente redescubrir este pasaje no como un mandato rígido, sino como una invitación a vivir el matrimonio como una entrega total, recíproca y gozosa. El sometimiento de la esposa sólo puede entenderse a la luz del amor crucificado del esposo. Y este amor sólo tiene sentido si es acogido y correspondido libremente.
Así, Efesios 5 no es un obstáculo para la dignidad de la mujer ni un aval para el autoritarismo masculino. Es una proclamación valiente de que el amor verdadero implica entrega, humildad, sacrificio y comunión. Y eso —en el matrimonio cristiano— no es debilidad: es santidad.