La actividad pastoral de la Iglesia: un corazón que cuida, acompaña y protege

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Cuando Jesús quiso explicar quién era y cómo se relacionaba con nosotros, sus discípulos, usó una imagen sencilla pero profunda: “Yo soy el buen pastor” (Jn 10). Con esas palabras nos mostró que su misión era cuidar, acompañar y proteger a su rebaño, es decir, a cada uno de nosotros. Y lo más impactante de todo: que estaba dispuesto a dar la vida por sus ovejas. Y lo hizo.

Esa misión del Buen Pastor no terminó con su muerte y resurrección. Antes de volver al Padre, Jesús confió esta misma tarea a sus apóstoles, y por medio de ellos, a toda la Iglesia. Así nació lo que hoy conocemos como la actividad pastoral: el modo concreto en que la Iglesia cuida del Pueblo de Dios.

¿Qué es la actividad pastoral?

La pastoral es la acción que realiza la Iglesia para seguir haciendo presente el amor de Cristo Buen Pastor en el mundo. Es la forma en que acompaña, cuida, cura y protege a las personas, especialmente a las más frágiles. Es la Iglesia en movimiento, al servicio de la vida y de la fe de todos.

La actividad pastoral se vive en muchísimas formas:

  • En la catequesis que enseña la fe
  • En la visita a los enfermos y presos
  • En los sacramentos
  • En la educación
  • En la formación y orientación a niños, jóvenes, matrimonios y adultos mayores
  • En la ayuda a los más pobres
  • En los medios de comunicación que transmiten el mensaje de esperanza
  • En la oración y en el acompañamiento espiritual

Todo esto tiene un solo objetivo: servir al Pueblo de Dios y continuar la misión de Jesús como sacerdote, profeta y rey.

Una entrega que transforma vidas

A lo largo de los siglos, miles de personas han vivido esta entrega pastoral con todo su corazón. Algunos, como Madre Teresa de Calcuta, San Juan Pablo II o San Óscar Romero, son mundialmente conocidos. Otros, como tantos misioneros, catequistas, religiosas, sacerdotes y voluntarios, han servido en silencio y con fidelidad. Todos ellos han sido reflejo del Buen Pastor.

No se trata sólo de tareas externas, sino de una vida entregada por amor. Cuidar del Pueblo de Dios es también curar heridas, sostener la fe, defender a los más débiles y anunciar el Evangelio con hechos concretos.

La misión es de todos

Aunque la pastoral está muy ligada al trabajo de los sacerdotes, religiosos y consagrados, todos los bautizados estamos llamados a participar en ella. Los laicos tienen una misión muy importante: dar testimonio cristiano en su vida diaria —en el trabajo, en la familia, en la sociedad— y, cuando es posible, colaborar en actividades pastorales concretas.

Muchos laicos ayudan como catequistas, ministros de la Palabra o de la Eucaristía, voluntarios en hospitales, cárceles, comedores, medios de comunicación. Muchos son acompañantes y orientadores para matrimonios, para familias, para divorciados vueltos a casar, para adultos mayores. Cada uno, según sus talentos y posibilidades, puede ser parte de esta gran misión de amor.

Hasta el final de los tiempos

La acción pastoral de la Iglesia no es una moda ni un programa que cambia cada año. Es la prolongación viva del corazón de Cristo en el mundo. Y mientras haya personas que necesiten ser acompañadas, sanadas, escuchadas o defendidas, la Iglesia estará ahí, como el Buen Pastor.

Jesús dijo: “Vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio” (Mc 16,15). Y ese mandato sigue vigente. Por eso, la pastoral de la Iglesia no es sólo una actividad: es una respuesta de amor que se encarna en miles de rostros, manos, voces y corazones que, cada día, cuidan al rebaño de Dios.

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