Los laicos: de espectadores pasivos a agentes activos en la misión evangelizadora

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Pastoral Familiar, Diócesis de Querétaro. Foto tomada de Facebook.

Los laicos: de espectadores pasivos a agentes activos en la misión evangelizadora

El Concilio Vaticano II implicó un cambio de paradigma profundo respecto a la vocación laical. En décadas anteriores, muchos laicos se veían a sí mismos (y eran tratados) principalmente como receptores pasivos de la vida sacramental y obedientes colaboradores de segunda fila, mientras la misión “importante” parecía reservada al clero. 

La pastoral estaba muy centrada en el sacerdote, y al laico común se le asignaba un papel limitado: “rezar, pagar y obedecer”, según el dicho popular. Sin embargo, los padres conciliares quisieron desterrar esa visión reduccionista. La Iglesia redescubrió su identidad como comunión orgánica en la que todos los bautizados son corresponsables de la misión de anunciar a Cristo y servir al prójimo.

El Vaticano II, deseoso de una renovación interna y un dinamismo misionero hacia afuera, reconoció que eso sólo sería posible contando necesariamente con los laicos, que al fin y al cabo constituyen la gran mayoría de los miembros de la Iglesia. Por ello, tras delinear el ministerio de obispos y sacerdotes, el Concilio “vuelve gozosamente su espíritu” hacia los fieles laicos. 

Lumen Gentium subraya que los pastores “no fueron constituidos por Cristo para asumir por sí solos toda la misión salvífica de la Iglesia”, sino que su función es más bien reconocer los “servicios y carismas” de los laicos y fomentar que todos colaboren en la misión común

Esta afirmación supuso romper con una concepción meramente clerical de la Iglesia. En adelante, el laico es visto como protagonista en la vida y misión eclesial, un “colaborador necesario” (incluso co-responsable) en la tarea evangelizadora y santificadora.

Los Papas posteriores al Concilio reforzaron este cambio de mentalidad. San Pablo VI impulsó la participación laical en los consejos pastorales y en la misión de la Iglesia.

San Juan Pablo II dedicó el Sínodo de 1987 y la exhortación Christifideles Laici (1988) enteramente a la vocación y misión de los laicos, insistiendo en que la Iglesia “no estaría completa” sin su aportación en todos los ámbitos

El Papa Benedicto XVI llegó a afirmar que los laicos deben ser considerados “verdaderamente corresponsables del ser y actuar de la Iglesia” (no meros ayudantes del clero). 

Este nuevo paradigma reconoce que el Espíritu Santo reparte dones a todos los fieles para la edificación del Cuerpo de Cristo, y que corresponde a cada bautizado –desde su estado de vida particular– ser discípulo misionero al servicio del Reino de Dios.

Un ejemplo ilustrativo de este cambio lo encontramos al comparar la visión eclesial preconciliar con la posconciliar en México. El padre Juan José Luna, superior de los Misioneros de Guadalupe de 2003 a 2015, recordó que en 1949 (en pleno ambiente preconciliar) la Iglesia aún pensaba la misión “ad gentes” (actividad misional de la Iglesia que se enfoca en la evangelización de pueblos y grupos humanos donde Cristo y el Evangelio no son conocidos) casi exclusivamente en términos de sacerdotes religiosos enviados al extranjero. 

Sin embargo, “el Concilio Vaticano II nos abre una perspectiva inmensa y nueva: la Iglesia no es solamente la jerarquía sino que incluye a los laicos”, señaló el padre Juan José Luna. A raíz del Vaticano II, su instituto misionero comenzó a integrar a laicos como misioneros asociados, de modo que “tanto sacerdotes como laicos mexicanos” fueran juntos a la misión a tierras lejanas . 

Este testimonio refleja cómo la mentalidad eclesial viró hacia un modelo más inclusivo y participativo, donde el laico dejó de ser visto como un “invitado pasivo” y pasó a ser un agente de evangelización de pleno derecho

En lugar de permanecer al margen, los laicos son ahora animados a asumir ministerios y responsabilidades según sus carismas: desde la liturgia y la catequesis hasta la acción caritativa y la transformación cristiana del orden temporal.

En suma, se consolidó la idea de una Iglesia Pueblo de Dios en marcha, en la que clero y laicado caminan juntos, con distintas funciones pero con una misma misión compartida.

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