El humo blanco ya ha salido. Las campanas repican en Roma y en todos los rincones del mundo donde hay un corazón católico. La Capilla Sixtina ha hablado en el lenguaje del Espíritu: ¡tenemos Papa!
Pero aún no sabemos quién es. ¿Qué rostro aparecerá en unos minutos en el balcón de la Basílica de San Pedro? ¿Qué nombre será anunciado con voz solemne y alegría incontenible? ¿De qué país viene el nuevo Sucesor de Pedro? ¿Qué historia lo ha preparado para este momento?
La emoción es inmensa. Miles de personas reunidas en la Plaza de San Pedro contienen el aliento. Millones de fieles en todo el planeta siguen la transmisión con los ojos puestos en ese balcón, con el corazón encendido por la fe y la esperanza.
Todo es júbilo, pero también todo es misterio.
Cada minuto que pasa aumenta la ilusión, el asombro, la expectativa.
Sabemos que el elegido ha pronunciado ya su “sí” humilde y valiente. Sabemos que en su alma se mezcla el temblor con la confianza, y que en su corazón ya arde el amor por toda la Iglesia.
Dentro de poco, su nombre quedará grabado en la historia.
Y lo recibiremos con gozo, con fe, y con oración.
Porque ya no estamos huérfanos.
¡Habemus Papam!
