León XIV: Que la Iglesia no se apague, que sea faro en las noches del mundo

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En medio de los frescos que narran el juicio final y la creación del hombre, el Papa León XIV celebró su primera Misa como Sucesor de Pedro en la Capilla Sixtina. Era la Misa pro Ecclesia, la misa “por la Iglesia”, y no fue una ceremonia rutinaria. Fue un momento de claridad espiritual, una voz encendida que marcó desde el inicio el estilo de un pontificado que apunta alto y toca hondo.

Apenas desmontadas las mesas del Cónclave que lo eligió, el nuevo Papa comenzó su homilía improvisando en inglés, con palabras llenas de gratitud hacia los cardenales: “Sé que puedo contar con cada uno de ustedes para caminar conmigo mientras seguimos adelante como Iglesia, como comunidad de amigos de Jesús”. Luego continuó en italiano, como corresponde a quien ahora preside en la caridad a la Iglesia universal.

Una advertencia firme: no intercambiemos a Dios por ídolos de hoy

León XIV no tardó en señalar lo que considera una de las urgencias pastorales de nuestro tiempo: la creciente indiferencia religiosa. “Hoy también son muchos los contextos en los que la fe cristiana se considera un absurdo, algo propio de personas débiles o poco inteligentes”, lamentó. Y añadió con claridad: “Se prefiere confiar en la tecnología, el dinero, el éxito, el poder o el placer, antes que en Dios”.

Sus palabras no fueron genéricas. Consciente de los desafíos reales del mundo contemporáneo, advirtió sobre la pérdida del sentido de la vida, el olvido de la misericordia, la crisis de la familia y las múltiples heridas que afectan a la sociedad. En ese escenario, dijo, la Iglesia está llamada a no esconderse ni replegarse, sino a ser faro que ilumine las noches del mundo.

Jesús no es un simple líder carismático

En un tono reflexivo y firme, el nuevo Pontífice alertó también sobre el modo en que muchos, incluso dentro del cristianismo, han reducido a Jesús a una figura admirable, pero sin reconocerlo como Hijo de Dios. “No faltan contextos en los que Jesús, aunque apreciado como hombre, es visto sólo como un líder carismático o un superhombre. Esto ocurre incluso entre muchos bautizados, que terminan viviendo un ateísmo de hecho”.

León XIV recordó entonces las palabras del apóstol Pedro —“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”— como respuesta fundante que todo cristiano está llamado a dar con la vida. Esa confesión de fe, dijo, no puede quedarse en palabras bonitas ni fórmulas decorativas. Ha de ser vivida, compartida, defendida.

Una Iglesia que desaparezca para que Cristo permanezca

El Papa habló también como pastor que carga sobre sus hombros la misión recibida. “Dios, al llamarme a través del voto de ustedes a suceder al primero de los Apóstoles, me confía este tesoro, para que con su ayuda sea su fiel administrador”. Y citando a San Ignacio de Antioquía, añadió con humildad: “Seré verdaderamente discípulo de Cristo cuando el mundo ya no vea más mi cuerpo”. Es decir, cuando se haya borrado todo protagonismo personal y solo quede Cristo.

Ese es el modelo de todo liderazgo cristiano: desaparecer para que Cristo crezca; hacerse pequeño para que Él sea conocido y amado. León XIV lo pidió como gracia: “Que Dios me conceda esto hoy y siempre, con la ayuda de María, Madre de la Iglesia”.

Un modelo de humanidad santa y una promesa que trasciende

El Papa se detuvo también a contemplar el rostro de Cristo, no sólo como verdad revelada, sino como modelo de vida: un Dios que se nos muestra en la mirada de un niño, en el anhelo de un joven, en la madurez de un hombre que amó hasta el extremo. Un Dios que, resucitado, camina con los suyos, ofreciendo una promesa que va más allá de esta vida: el destino eterno.

Un comienzo con el Evangelio al centro

Así comenzó el pontificado de León XIV: con una misa sobria pero cargada de sentido, con palabras que no endulzan la realidad, sino que invitan a mirarla desde la luz del Evangelio. El Papa ha trazado un rumbo: una Iglesia comprometida con el mundo, que no se deje seducir por falsas seguridades, que confiese con alegría que Jesús es el Hijo de Dios vivo, y que sepa desaparecer para que Cristo sea todo en todos.

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