A muchos católicos les ha pasado: ven al Papa hablando de misericordia, cercanía, humildad y sinodalidad, y luego llegan a su parroquia… y encuentran otra realidad. Tal vez un párroco distante, que dialoga poco, a veces arrogante, que no escucha, que decide todo solo. Algunos dicen con tristeza: ”¡Parece un pequeño emperador!”
Entonces nace la pregunta: ¿por qué la Iglesia que se muestra desde el Vaticano, tan abierta y llena de espíritu evangélico, no se parece a la que vivimos en nuestra parroquia?
Aquí te damos algunas claves para entender esta diferencia.
1. La Iglesia es una, pero tiene muchos rostros
La Iglesia Católica está presente en todo el mundo. Es como una gran familia. Desde el Vaticano, el Papa y sus colaboradores ofrecen una visión global, universal. Se dirigen a todos los católicos del planeta. En cambio, la parroquia es la Iglesia vivida localmente: ahí se celebran los sacramentos, se acompaña a los enfermos, se organizan las misas y las catequesis.
Son dos niveles distintos, pero igualmente importantes. Uno orienta desde lo alto; el otro actúa en lo concreto del día a día.
2. Las realidades son muy distintas
Una cosa es la visión de Iglesia que se vive en Roma o se expresa en documentos y mensajes, y otra muy diferente la que se vive en una pequeña parroquia de campo o en una colonia urbana.
A veces el párroco está solo, sin equipo, sin recursos, con muchas presiones. Eso lo puede volver duro, cerrado o poco paciente.
Pero también es cierto que hay párrocos que se olvidan de que están para servir y se comportan como jefes autoritarios. Esto no está bien.
La Iglesia que el Papa sueña es una Iglesia de hermanos, donde todos caminan juntos, no una en la que uno manda y los demás obedecen sin decir nada.
3. Falta de formación y comunicación
Muchos documentos del Papa, como cuando habla de la sinodalidad (lo cual significa caminar juntos, escucharnos, dialogar), no siempre llegan bien a las parroquias. O si llegan, no se explican con claridad.
A veces los sacerdotes no han sido formados en ese estilo pastoral, y repiten formas de actuar del pasado, sin actualizarse ni renovarse.
Esto provoca una gran distancia entre lo que dice la Iglesia desde el Vaticano y lo que se vive en las parroquias.
4. Sí hay sacerdotes que lo intentan
No todo está mal. También hay muchos párrocos que se esfuerzan cada día por ser cercanos, humildes, disponibles. Sacerdotes que visitan a los enfermos, escuchan a los jóvenes, trabajan en equipo y se forman para entender los tiempos que vivimos.
La buena noticia es que muchos sí están en sintonía con el Papa y con la Iglesia sinodal.
5. Y nosotros, ¿qué podemos hacer?
Más que criticar, lo mejor es ser parte del cambio. ¿Cómo?
- Rezando por nuestros párrocos, para que sean más como Jesús, el Buen Pastor.
- Dialogando con respeto, cuando algo no está bien.
- Involucrándonos en la vida de la parroquia, sin esperar que todo venga del sacerdote.
- Formándonos, para comprender mejor lo que la Iglesia enseña y poder compartirlo.
Recuerda:
La Iglesia es una, pero tiene muchos rostros. A veces lo que el Papa enseña no se refleja aún en la vida parroquial. Pero eso no debe desanimarnos. Al contrario: es una invitación a ser parte del cambio que Dios quiere en su Iglesia.
Que nuestras parroquias reflejen más el corazón del Evangelio: servicio, cercanía, escucha, y alegría.