En un reciente video viral de TikTok, una pareja española, Manuel e Irene, compartió una decisión que ha generado todo tipo de reacciones: celebrar la Primera Comunión de su hijo sin una sola gota de alcohol.
Aunque a simple vista puede parecer una anécdota trivial o incluso anecdótica, lo que hay detrás de esta historia invita a una profunda reflexión sobre el verdadero sentido de la Primera Comunión… y sobre las prioridades con las que muchos la festejan hoy.
Un sacramento que debería marcar el alma
La Primera Comunión es uno de los momentos más sagrados y entrañables en la vida de un niño católico. Es su primer encuentro consciente con Jesús Eucaristía, el Pan de Vida. Es un momento de gracia, de alegría espiritual, de comunión —literal y profundamente— con Cristo y con la Iglesia.
Lamentablemente, en muchos contextos culturales, incluso dentro de comunidades cristianas, esta celebración ha sido absorbida por una lógica más social que espiritual. Se convierte en una “gran fiesta”, pero no por la grandeza de lo divino, sino por la importancia del banquete, del outfit, del salón, del show y, tristemente, del alcohol.
¿Celebramos a Jesús o celebramos como el mundo?
La experiencia de Manuel e Irene revela cómo hay quienes miden la calidad de un festejo por la presencia de una barra libre. Su decisión —que debería parecer natural en una celebración cristiana infantil— fue vista como “fuerte” o exagerada por algunos familiares y amigos. Incluso, varias personas han decidido no asistir a la comunión porque no habrá bebidas alcohólicas.
Lo preocupante no es la decisión de los padres, sino la reacción de los demás. ¿Qué dice de nuestra cultura que algunas personas no puedan concebir una celebración sin alcohol, ni siquiera cuando se trata de un sacramento que implica la pureza, la gracia y la fe de un niño?
El valor del testimonio
En este caso, la postura de los padres no obedece solo a una convicción religiosa, sino también a una experiencia personal. Como se ve en video incrustado al final de este artículo, Manuel es un adicto en recuperación y ambos han optado por una vida sin alcohol. Con total libertad y honestidad, han decidido que no van a pagar “una droga legal” para que otros se diviertan.
Pero más allá del trasfondo personal, su testimonio interpela. Si Jesús está realmente en el centro de la celebración, ¿no deberíamos cuidar todo lo que la rodea para que no se desvirtúe? ¿Por qué normalizar que el vino, los licores o los cócteles estén presentes en una fiesta infantil, cuyo protagonista es Cristo en la Eucaristía?
Una invitación a recuperar el sentido
Este caso no pretende señalar a nadie ni imponer una forma única de celebrar, pero sí es una llamada a recuperar el verdadero sentido de la Primera Comunión. No se trata de hacer de ella una fiesta pobre ni apagada. Al contrario: se trata de que sea una fiesta luminosa, llena de gozo, de unidad familiar, de profundidad espiritual… y de coherencia cristiana.
Hay muchas formas de celebrar con alegría, sin necesidad de alcohol. Juegos, música, comida sabrosa, detalles hermosos y, sobre todo, un ambiente en el que todos —niños y adultos— recuerden que el centro de la fiesta no es el bar, sino el altar. No el brindis, sino la bendición. No el ruido, sino la gracia que Dios regala a ese niño o niña que, por primera vez, recibe a Jesús en su corazón.
Que esta historia viral nos sirva de espejo. Como Iglesia, como familias creyentes, como comunidad cristiana: ¿estamos ayudando a que nuestros niños vivan la Eucaristía como un encuentro sagrado o simplemente como una excusa para montar una fiesta social?
Recuperemos la belleza de lo esencial. Porque el verdadero milagro de la Comunión no ocurre en el salón de fiestas, sino en el corazón que se abre a Cristo.
