Cada septiembre, la Iglesia católica celebra el Mes de la Biblia, recordando a San Jerónimo —traductor de la Escritura al latín— y renovando su llamado a que los fieles se acerquen a la Palabra de Dios. Esta ocasión nos invita a reflexionar sobre una crítica frecuente que escuchamos en ambientes evangélicos: “los católicos no leen la Biblia”. ¿Qué tan cierta es esta afirmación?
La raíz de un estereotipo
Es verdad que, durante siglos, la lectura de la Biblia estuvo marcada por ciertas limitaciones. La Iglesia insistió en que la Sagrada Escritura debía ser interpretada a la luz del Magisterio, evitando lecturas aisladas que pudieran llevar a errores. Eso, sumado al analfabetismo generalizado y a la liturgia en latín, generó la impresión de que los católicos no tenían acceso directo a la Palabra.
El Concilio Vaticano II cambió esta percepción. La constitución Dei Verbum abrió de par en par el camino para que los fieles tuvieran una relación más viva y personal con la Biblia. Desde entonces, se ha fomentado la lectio divina, los grupos bíblicos y una mayor presencia de la Palabra en la vida parroquial.
Escuchar no basta: la necesidad de leer
Hoy, todo católico que participa en la misa escucha la Palabra de Dios cada domingo: tres lecturas bíblicas más el salmo, proclamadas a lo largo del ciclo litúrgico de tres años. De esta manera, en la liturgia se expone gran parte de la Sagrada Escritura. Sin embargo, hay que reconocerlo con humildad: no basta con escucharla en misa. La Iglesia nos llama a dar un paso más, a cultivar la lectura personal y comunitaria de la Biblia.
El católico no puede aceptar que su vida de fe esté “alejada” de la Palabra de Dios. Al contrario, su encuentro con Cristo debe alimentarse también de la lectura diaria de la Escritura, hecha con reverencia, oración y apertura al Espíritu Santo.
Leer en comunidad, con acompañamiento
Frente al riesgo de interpretaciones erróneas que pueden desembocar en doctrinas equivocadas o juicios parciales, la Iglesia insiste en un principio fundamental: la Biblia debe leerse en comunidad. El camino más seguro es hacerlo bajo la guía de la Iglesia, acompañados de expertos, catequistas o del propio párroco.
Aquí entra en juego la pastoral bíblica. Si en tu parroquia no existe todavía, septiembre es una buena oportunidad para dialogar con tu párroco y proponer que se inicie. Hay experiencias muy ricas en grupos bíblicos parroquiales que fortalecen la fe, iluminan la vida cotidiana y generan auténticas comunidades en torno a la Palabra.
Una oportunidad para crecer
El Mes de la Biblia no es solo un calendario litúrgico: es un llamado a dar un paso adelante. Sí, debemos reconocer con honestidad que los católicos tenemos pendiente crecer en el amor a la Escritura. Pero también debemos responder con firmeza a la crítica injusta: la Iglesia nunca ha dejado de proclamar la Palabra de Dios, y hoy ofrece caminos claros para acercarse a ella sin temor y con gozo.
En este septiembre, renovemos nuestro compromiso: abrir la Biblia, leerla, orarla y compartirla en comunidad. Así responderemos con hechos, y no solo con palabras, a quienes dudan de la relación viva que los católicos tenemos con la Sagrada Escritura.











