El primer apostolado es la propia familia

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En nuestras parroquias abundan agentes de pastoral generosos, que entregan horas y energías en catequesis, liturgia, visitas a enfermos, grupos juveniles y tantas otras misiones. Sin embargo, hay una verdad que a veces se olvida: el primer y más fundamental apostolado está en casa, en la propia familia.

No pocas veces se escucha que alguien se refugia en la pastoral porque no quiere enfrentar los conflictos de su hogar. Padres que huyen de su cónyuge o de sus hijos; hijos que evitan el diálogo con sus padres; esposos que prefieren “servir a la Iglesia” antes que reconciliarse en casa. Y aunque el servicio parroquial es valioso, jamás puede convertirse en un escape de la responsabilidad de vivir el amor cotidiano en el hogar.

La familia: primeras ovejas que apacentar

Jesús pidió a Pedro: “Apacienta mis ovejas” (Jn 21,17). Para quien sirve en la pastoral, las primeras ovejas son precisamente los miembros de su propia familia. Ellos esperan paciencia, escucha, ternura, consejo y ejemplo. De poco sirve brillar en el templo si la propia casa permanece a oscuras.

El testimonio comienza en lo íntimo: con la esposa o el esposo, en la fidelidad y el respeto; con los hijos, en la ternura y la guía; con los padres, en la gratitud y el cuidado. 

Esa coherencia es la que da fuerza y credibilidad al servicio parroquial. Una familia reconciliada y amorosa se convierte en fuente de inspiración y motor de toda obra pastoral.

La misión brota del hogar

No se trata de elegir entre la familia y la Iglesia, como si fueran dos caminos separados. La familia es la primera Iglesia, la “Iglesia doméstica” de la que hablaba san Juan Pablo II. Es allí donde se aprenden la fe, el perdón, la paciencia y la entrega. Y es desde allí que brota la fuerza para servir más allá de los muros de la casa.

Un agente de pastoral que cuida a su familia multiplica la eficacia de su misión. Porque no habla solo con palabras, sino con la autoridad de una vida coherente. Su comunidad parroquial lo reconocerá como alguien auténtico, que ha sabido pastorear primero en lo pequeño para luego servir en lo grande.

Vivir la pastoral como familia

El ideal no es que el agente sirva solo, sino que invite a su familia a compartir su camino de fe. Que los hijos vean en la parroquia un lugar de pertenencia, que la pareja descubra en el servicio un espacio de crecimiento común. Cuando la pastoral se vive en familia, deja de ser refugio y se convierte en escuela de amor comunitario.

El apostolado no es un escape de los problemas familiares, sino un reflejo de la vida que se cultiva en casa. La primera misión de todo agente de pastoral es reconciliarse con su familia y amarla con obras concretas. De ahí nacerán frutos verdaderos y duraderos para la parroquia y para la Iglesia entera.

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