Es comprensible que, tras la publicación de Dilexi te, surgiera la idea de que el texto había sido escrito por el Papa Francisco y “asumido” luego por León XIV. No son pocos quienes perciben en sus páginas el eco de la misericordia, el lenguaje cercano a las periferias y el tono pastoral que caracterizó el pontificado del Papa argentino.
La pregunta es: ¿qué nos dice esta confusión sobre la continuidad entre pontificados? ¿No será que, más allá de estilos personales, el Espíritu Santo conduce a la Iglesia con un hilo que asegura la continuidad?
La tradición católica nunca ha entendido los cambios de pontificado como rupturas o refundaciones. Cada Papa trae consigo su historia, su sensibilidad, su modo de hablar y de gobernar, pero todos heredan una misión que no comienza ni termina con ellos.
La Iglesia no cambia de rumbo cada vez que muere un sucesor de Pedro; cambia de acento, de voz, de ritmo… pero el camino sigue siendo el mismo. Y tal vez por eso Dilexi te genera la impresión de ser un texto escrito a dos manos, aunque no lo sea.
Francisco dejó a la Iglesia una profunda revisión pastoral. En él, la palabra “misericordia” dejó de ser un concepto para convertirse en brújula. Insistió en que la Iglesia debía salir, escuchar, curar heridas, estar cerca de los descartados y comprender que el anuncio cristiano solo es creíble cuando se convierte en vida concreta.
Leon XIV, al iniciar su pontificado, no renunció a ese legado. Al contrario: lo asumió, lo elevó a una clave más contemplativa y, desde su propia identidad agustiniana, lo integró en una visión donde la conversión del corazón precede a cualquier reforma estructural.
Así se entiende por qué Dilexi te tiene sabor franciscano y forma leoniana. Su espíritu continúa la senda abierta por Francisco, pero su arquitectura interior responde a la sensibilidad teológica de León XIV. No hay plagio ni apropiación, sino continuidad orgánica: una Iglesia que sigue adelante sin negar el paso anterior. Es como el tejido de una misma prenda donde cada hebra nueva se entrelaza con las anteriores para dar firmeza al conjunto.
Quizá el lector que hoy se acerca a Dilexi te pueda hacerlo con esta clave. No estamos frente al escrito póstumo de un Papa ni ante el manifiesto inaugural de otro. Estamos ante una exhortación que muestra cómo el Espíritu construye en continuidad: Francisco abrió ventanas, León XIV dejó entrar el aire fresco. Francisco se inclinó para levantar a los heridos, León XIV los acompaña hacia la sanación interior. Francisco enseñó que la misión es cercanía; León XIV recuerda que la cercanía nace del amor primero.
Por eso la confusión inicial sobre la autoría no es un obstáculo, sino un punto de partida providencial. Nos invita a mirar más allá del nombre del autor y a contemplar la obra del Espíritu en su conjunto. Nos prepara, además, para escudriñar el documento sin buscar rupturas sino resonancias, sin obsesionarnos con “quién dijo qué”, sino con lo que la Iglesia, de manera unificada, nos quiere decir en este momento de su historia.
Dilexi te no pertenece a Francisco ni a León XIV: pertenece a la Iglesia que peregrina, que busca purificarse y que necesita volver siempre al amor primero. Quizás por eso empieza con esas palabras: “Te amé”. Porque antes que la misión, está el amor. Antes que la reforma, está el amor. Antes que los estilos personales, está el amor. Y tal vez esta sea la continuidad que cuenta.
En última instancia, Dilexi te solo cumplirá su propósito si desciende de las páginas al corazón de la vida eclesial. La Iglesia necesita encarnar este llamado en cada parroquia, en cada equipo de pastoral y en cada prédica dominical. No basta con estudiar el documento: hay que traducirlo en actitudes, en gestos concretos de cercanía, en estructuras que escuchen, acojan y sanen.
La misericordia no puede quedarse en teoría; debe convertirse en estilo habitual de nuestras comunidades. Si Dilexi te logra inspirar a sacerdotes, catequistas, ministros, grupos parroquiales y familias a vivir un amor más semejante al de Cristo, entonces estaremos frente a una verdadera renovación espiritual. Porque una Iglesia que ama como Él amó, es una Iglesia que vuelve a ser hogar.











