Rezar frente a un abortorio: ¿defensa de la vida o herida añadida?

La vida se defiende mejor cuando se acompaña con misericordia y no cuando se impone desde la culpa.

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Discernimiento evangélico sobre el método y no sobre el propósito

La reciente noticia difundida por ACI Prensa sobre el primer juicio en España contra 21 personas provida por rezar frente a un centro de abortos ha despertado inquietudes profundas entre muchos católicos. 

El caso, ocurrido en Vitoria-Gasteiz, abre un debate que va más allá de lo legal: pone sobre la mesa una pregunta que interpela directamente nuestra conciencia cristiana: ¿es este el modo más evangélico de defender la vida?

La Iglesia ha sido clara y firme en su enseñanza: la vida humana debe ser protegida desde la concepción hasta su muerte natural. Esta convicción no está en discusión. Lo que merece ser discernido, con honestidad y espíritu evangélico, es el modo en que esa defensa se expresa, particularmente cuando se vuelve pública y confrontativa, como ocurre con las oraciones realizadas frente a clínicas de aborto.

La intención puede ser buena, el método no siempre lo es

Muchos de quienes acuden a rezar frente a estos lugares lo hacen con sincera preocupación por la vida del no nacido y con el deseo auténtico de evitar un aborto. No puede negarse su buena intención. Sin embargo, el Evangelio no nos pide solo pureza de intención, sino también coherencia en el modo de actuar.

Una mujer que llega a una clínica de aborto no suele hacerlo con ligereza. Llega, en muchos casos, herida, confundida, presionada, sola, con miedo, cargando ya un profundo conflicto interior. Situarse frente a ella —aunque sea en silencio y con un rosario en la mano— puede convertirse en una forma de presión moral que añade dolor al dolor, culpa a la culpa, crisis a la crisis.

La pregunta que como laicos debemos atrevernos a formular es esta: ¿Defendemos la vida cuando intensificamos la herida de quien ya sufre?

El profeta que grita y el Cristo que se inclina

A menudo se justifica esta práctica con el argumento profético: “así como los profetas denunciaban el pecado, también nosotros debemos denunciar el aborto”. Pero el mismo Jesús nos mostró otra vía. Frente a la mujer acusada de adulterio, no levantó consignas, no colocó carteles, no la expuso públicamente. Se inclinó, hizo silencio, la defendió de la condena colectiva y le abrió un camino nuevo: “Yo tampoco te condeno. Vete y no peques más” (Jn 8,11).

El profeta denuncia, sí, pero el profeta de Jesucristo no humilla ni aplasta. La denuncia evangélica no busca exhibir, sino sanar. No busca provocar miedo, sino conversión desde el amor.

El riesgo de las acciones confrontativas no es solo legal o social; es pastoral: pueden transformar la defensa de la vida en una experiencia de juicio más que de misericordia.

¿Qué dice el Magisterio sobre el estilo de la evangelización?

San Juan Pablo II, en Evangelium Vitae, insiste en que la defensa de la vida debe ir acompañada de una cultura de la vida, sostenida por la educación, la solidaridad y el acompañamiento concreto de las madres en dificultad. No se trata solo de condenar el aborto, sino de crear condiciones reales para que la vida sea acogida.

El Papa Francisco ha sido especialmente claro al afirmar que la Iglesia no puede convertirse en una aduana moral, sino en un hospital de campaña que cura heridas. Recordando su enseñanza constante, la evangelización no se basa en la presión o el señalamiento público, sino en la cercanía, la compasión y el acompañamiento paciente.

Aunque la Iglesia institucional no rechaza estas manifestaciones de oración pública, tampoco ha establecido que sean el camino pastoral privilegiado. Lo que sí ha enfatizado repetidamente es la urgencia de acompañar a las mujeres, no de juzgarlas.

Defendamos la vida donde más se necesita

Si el objetivo es evitar abortos, ¿no resultaría más eficaz y más evangélico enfocar los esfuerzos en acciones preventivas y solidarias?

¿Por qué no invertir energías en educación afectiva y sexual responsable? ¿Por qué no fortalecer centros de apoyo para mujeres embarazadas en situación vulnerable? ¿Por qué no ofrecer redes reales de contención, ayuda económica, orientación psicológica y acompañamiento espiritual? ¿Por qué no crear espacios donde la maternidad sea viable, digna y acompañada?

La verdadera profecía hoy quizás no consiste en pararse frente a una clínica, sino en abrir hogares, tender manos, crear caminos donde la vida pueda florecer sin miedo.

Entre la verdad y la misericordia

La defensa de la vida no puede desligarse de la misericordia. No hay verdadero amor a la vida si no hay amor al rostro concreto de la mujer que sufre.

La Iglesia está llamada a anunciar con claridad que toda vida es sagrada, pero también a hacerlo con el estilo de Cristo: con respeto, cercanía y ternura. No se trata de callar la verdad, sino de decirla del modo que salva y no del modo que hiere.

Hoy, más que nunca, necesitamos una pastoral provida que no solo denuncie el aborto, sino que abrace a la mujer, la comprenda y la sostenga, incluso cuando ha tomado decisiones dolorosas.

Porque el Evangelio no se proclama desde la acusación, sino desde la compasión que redime.

Para discernir como Iglesia

El caso reportado por ACI Prensa nos invita no solo a defender un derecho o una postura moral, sino a revisar nuestros métodos a la luz de Cristo. Como laicos comprometidos con la vida y la fe, podemos y debemos preguntarnos: ¿nuestro testimonio conduce a la vida plena o genera nuevas heridas?

Tal vez sea hora de pasar de la protesta a la propuesta. De la confrontación al acompañamiento. Del juicio al abrazo.

Solo así la Iglesia será verdaderamente signo de vida en un mundo herido.

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