En el Tepeyác la fe camina

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Multitud de peregrinos reunidos en la Basílica de Guadalupe durante la celebración del 12 de diciembre, con fieles caminando y rezando en el atrio.
Millones de peregrinos llegan a la Basílica de Guadalupe durante la jornada del 12 de diciembre, en una de las manifestaciones de fe más multitudinarias del país.

Ocho millones de peregrinos, miles de historias y una sola devoción: así se vivió la jornada guadalupana en la Basílica de Guadalupe, donde la fe se arrodilla, agradece y no se rinde.

Desde promesas cumplidas hasta búsquedas que no cesan, la celebración guadalupana volvió a convertir a la Basílica en el centro espiritual del país, en una jornada marcada por la devoción, la solidaridad y la esperanza.

Desde antes de que amaneciera, la ciudad ya caminaba hacia el norte. No era el tráfico habitual ni la prisa de los días laborales: era un río humano que avanzaba con paso cansado, pero firme, con la mirada puesta en el Tepeyac. 

El aire frío de diciembre se mezclaba con rezos murmurados, cantos espontáneos y el roce constante de miles de pasos que, uno tras otro, iban marcando el pulso de una de las expresiones de fe más profundas del país.

En el atrio, en las calles aledañas y en cada acceso a la Basílica de Guadalupe, la escena se repetía: cuerpos agotados, rostros emocionados, manos entrelazadas, lágrimas discretas. Entre ayer y la madrugada de hoy, más de 8 millones de fieles se congregaron para conmemorar a la Virgen de Guadalupe, convirtiendo una vez más este espacio en el corazón espiritual de México.

El suelo ardía bajo las rodillas de Diego, un joven de apenas 16 años. Avanzaba despacio, casi centímetro a centímetro, con una imagen de la Morenita del Tepeyac cargada a la espalda. El cansancio se le notaba en el aliento entrecortado, pero no había duda en su gesto. Cada movimiento era una súplica silenciosa por la salud de su madre, enferma del corazón. 

A su alrededor, otros peregrinos lo observaban, algunos le ofrecían agua, otros simplemente le regalaban una palabra de ánimo. Nadie era ajeno a ese momento: la fe compartida vuelve colectiva incluso la promesa más íntima.

Historias como la de Diego se multiplicaban en cada rincón. Llegaron fieles de todos los estados del país: a pie, en bicicleta, en grupos parroquiales o en familia. Algunos venían a agradecer; otros, a pedir. 

La familia Mata, por ejemplo, avanzaba con cuidado entre la multitud cargando a un bebé de apenas seis meses. Su presencia era un gesto de gratitud por la vida y la salud. Muy cerca, Ulises y Ángel coincidían en su agradecimiento por el trabajo que no les ha faltado, mientras Ángel añadía una petición urgente: su bebé estaba por entrar a cirugía.

También estaban quienes acudían a saldar antiguas deudas de fe. Yosselin, con seis meses de embarazo, caminaba despacio pero decidida. “Le pedí hace cuatro años a mi bebé y no podía quedar embarazada. Este año me lo mandó”, contaba, con una mezcla de emoción y asombro que no necesitaba más explicación.

Entre la marea humana, José Luis avanzaba apoyándose en una vieja imagen de la Virgen que lo ha acompañado por décadas. “Tengo como treinta y tantos años con ella”, decía con orgullo. Se la heredó un primo, de un taller familiar en Puebla. El primo falleció, pero la imagen quedó como un vínculo vivo, una memoria que también peregrina.

No todas las presencias estaban marcadas por la alegría. Entre los contingentes destacó el Colectivo Una Luz en el Camino, en su primera peregrinación colectiva a La Villa. 

Las madres buscadoras cargaban no sólo la imagen de la Virgen, sino también los rostros de sus hijas e hijos desaparecidos. Su caminar era un acto de fe distinto, pero igualmente profundo: la esperanza de encontrar, la negativa a rendirse, la convicción de que la búsqueda también es oración.

En las calles, la devoción se encontraba con la solidaridad. Vecinos y voluntarios extendían mesas improvisadas, ofrecían café caliente, pan, agua, dulces. María repartía paletas y gelatinas con una sonrisa constante. “Es algo sencillo, pero de corazón”, decía, mientras atendía a desconocidos que, por unas horas, se volvían hermanos de camino.

La celebración recuerda el milagro de 1531, cuando la Virgen se apareció al indígena Juan Diego en el cerro del Tepeyac. Casi cinco siglos después, la imagen impresa en su tilma sigue convocando multitudes. Conforme avanzaba la noche, la expectación crecía. Muchos aguardaban el momento cumbre: las Mañanitas a la Virgen de Guadalupe, cantadas al filo de la medianoche, como una ofrenda colectiva de voz y fe.

El operativo de atención y seguridad acompañó la jornada sin romper el ambiente. Hasta las 19:00 horas, el Gobierno de la Ciudad de México reportó la llegada de 8 millones de personas a los alrededores de la Basílica. Se desplegaron 5 mil 50 elementos de la Secretaría de Seguridad Ciudadana y los equipos médicos atendieron a miles de peregrinos: más de mil 700 servicios dentro del recinto y otros mil fuera de él. Hubo reportes de personas extraviadas, casi todas localizadas con rapidez. No se registraron incidentes graves.

Pero más allá de cifras y balances, lo que quedó en el ambiente fue algo difícil de medir: la sensación de haber sido testigos de una fe que camina, que se arrastra, que canta, que llora y agradece. El 12 de diciembre no es sólo una fecha en el calendario. En la Basílica de Guadalupe, es una experiencia viva que se respira, se escucha y se comparte, año tras año, como un recordatorio de que, para millones, la fe sigue teniendo rostro, historia y esperanza.

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