Católicos por costumbre: la fe infantil que urge madurar

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Durante décadas, México fue considerado uno de los países más católicos del mundo. En 1950, el 98% de la población se declaraba católica. En el año 2000, ese porcentaje había caído al 88%. Hoy, según el Censo de Población y Vivienda 2020 del INEGI, apenas el 77.7% de los mexicanos se identifican como católicos. 

En tan solo veinte años, más de 12 millones de personas han dejado de reconocerse como tales y la tendencia es que cada vez sean más los desertores. Por otro lado, cada vez son más las nuevas parejas que toman la decisión de no formar a sus hijos en la fe. 

Pero más preocupante que la disminución numérica de católicos es lo que sucede con quienes aún se dicen católicos: la gran mayoría no vuelve a recibir formación estructurada en la fe después de los 7 o 13 años. Termina la catequesis para la Primera Comunión y, en algunos casos, para la Confirmación… y hasta ahí. El resto de su vida, la única enseñanza religiosa que reciben son las homilías dominicales (si es que van a misa), alguna charla prematrimonial o un curso breve para ser padrinos. Nada más.

El resultado es evidente: la fe de millones de adultos permanece en un nivel infantil, no porque sean incapaces de comprender más, sino porque nunca se les ofreció un camino de maduración. No se les enseñó a profundizar en la Palabra de Dios, a conocer la doctrina de la Iglesia, a reflexionar sobre la moral cristiana o a crecer en la vida de oración. Así, con una fe poco formada, es natural que surjan la apatía, la indiferencia y la facilidad para dejar la práctica religiosa.

Este es, quizá, el mayor vacío pastoral de nuestra Iglesia en México. Una fe sin formación continua se convierte en una fe débil, incapaz de iluminar las decisiones diarias y de resistir las presiones culturales. Es como pretender que un árbol crezca con un solo riego al inicio de su vida.

A esto se suma otro factor: muchos sacerdotes viven desbordados por la carga pastoral o encerrados en una rutina que los aleja del contacto profundo con la gente. Y aunque hay excepciones valiosas, la realidad es que en muchas parroquias la catequesis sigue siendo una preparación para “pasar” sacramentos, en lugar de ser un proceso para vivir el Evangelio en la vida cotidiana.

¿Qué hace falta? Una Iglesia más cercana, con equipos pastorales capaces de acompañar a las personas a lo largo de toda su vida. Una catequesis que no sea acartonada ni exclusiva para niños, sino viva, dinámica, que dialogue con la sociedad actual. Una formación que se prolongue en la juventud y que siga nutriendo a los adultos, para que la fe no se quede en recuerdos de la infancia, sino que crezca y madure.

Es verdad que en muchas parroquias existen grupos de formación, donde un líder preparado asume la responsabilidad de dar cursos o de organizar conferencias que refuerzan el conocimiento de la fe con estudios bíblicos, estudios más profundos del catecismo de la Iglesia, estudios de liturgia y formación en valores cristianos, sin embargo, la realidad es que estas actividades son más bien aisladas, ocasionales y destinadas a grupos muy pequeños de tal forma que no logran incidir en la comunidad católica y mucho menos en la sociedad.

El catolicismo en México necesita pasar de un cristianismo de costumbre a un cristianismo consciente. Y eso no se logra solo con misas llenas o grandes eventos, sino con un pueblo que conoce su fe, que la ama y la vive.

Hoy más que nunca, cada católico está llamado a asumir la responsabilidad de crecer en su fe. La Iglesia no es solo el clero: somos todos. Y si queremos una Iglesia viva, necesitamos dejar atrás la fe infantil y abrazar la madurez espiritual que Cristo nos pide.

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