Cada septiembre, la Iglesia nos invita a redescubrir el tesoro inagotable de la Palabra de Dios. No es casualidad: el 30 de septiembre recordamos a San Jerónimo, aquel gran estudioso que tradujo la Biblia al latín y nos dejó esta certeza: “Desconocer la Escritura es desconocer a Cristo”.
Pero, ¿cómo podemos leer la Biblia de manera que no se quede en letras muertas, sino que transforme nuestra vida? La tradición de la Iglesia nos propone un camino sencillo y profundo: una lectura espiritual que une oración, reflexión y vida.
1. Invocar al Espíritu Santo
Antes de abrir la Biblia, invoquemos al Espíritu Santo. Él es el verdadero autor de la Escritura y el único capaz de hacernos comprenderla. San Pablo lo recuerda: “Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios” (1 Cor 2,11).
Sin el Espíritu, la Biblia sería solo un libro más; con el Espíritu, se convierte en Palabra viva que ilumina, consuela, sana y fortalece.
2. Leer con calma y humildad
“Buscad el libro de Dios y leed…” (Is 34,16).
La lectura debe ser pausada, humilde y con deseo sincero de escuchar a Dios. No leemos para acumular conocimientos, sino para amar más y vivir mejor. Cada pasaje tiene algo que decirnos hoy. Como enseña el Catecismo (n. 2654): “Buscad leyendo, encontraréis meditando; llamad orando, y se os abrirá por la contemplación”.
3. Meditar la Palabra
La meditación consiste en preguntarnos: ¿Qué me dice a mí este texto? No basta con saber qué ocurrió hace siglos; la Palabra tiene siempre un mensaje actual. Ella ilumina nuestras alegrías, heridas y decisiones. Josué lo expresa así: “Medítalo día y noche, para obrar en todo conforme a lo que en él está escrito” (Jos 1,8).
4. Orar con la Palabra
La meditación nos lleva a la oración. Es el momento de hablar con Dios como hijos: pedir perdón, agradecer, suplicar, alabar. Es un encuentro vivo con Cristo que, por la acción del Espíritu, se hace presente en la Escritura. El católico que ora humilde se abre a la gracia de un Dios que transforma.
5. Vivir lo que hemos recibido
El fruto de esta experiencia no puede quedarse en lo íntimo: debe traducirse en vida, en nuestra relación con nuestra familia, en nuestro trabajo, en la vida cotidiana. “Quien dice que permanece en él, debe vivir como vivió él” (1 Jn 2,6).
La Palabra nos impulsa a la conversión, al testimonio y al compromiso cristiano en la familia, en el trabajo, en la sociedad. Como la samaritana, después del encuentro con Jesús (Jn 4,29), no podemos callar la alegría de haber descubierto al Salvador.
Celebrar el Mes de la Biblia no es solo recordar a San Jerónimo o aumentar nuestras lecturas devocionales. Es dejarnos transformar por la Palabra de Dios, que sigue siendo actual, liberadora y fuente de vida.
En este mes, hagamos el propósito de acercarnos cada día a la Sagrada Escritura con un corazón abierto y confiado, permitiendo que ella nos conduzca a un encuentro profundo con Jesucristo, el Verbo hecho carne.