Bajo el cielo limpio de la primavera romana, la Plaza de San Pedro fue testigo de un adiós lleno de fe, de amor y de profunda gratitud. Este sábado 26 de abril de 2025, el corazón de la Iglesia latió al unísono en la santa misa exequial por el Papa Francisco, un pastor que eligió vivir y morir sirviendo.
Presidida por el Cardenal Giovanni Battista Re, la ceremonia fue sobria, como el mismo Francisco dispuso. Más de 200,000 almas, junto con delegaciones de decenas de países y representantes de otras confesiones, se congregaron para rendirle homenaje. Todos compartían el mismo sentimiento: despedir a un hombre que caminó entre nosotros con el corazón abierto hacia todos.
El Cardenal Re, en su homilía cargada de ternura y fe, evocó al Papa como el siervo fiel que recorrió el camino del amor hasta el final, reflejando en cada gesto el Evangelio de la misericordia. Su última imagen, debilitado pero firme, bendiciendo desde el balcón de la Basílica en la Pascua, queda grabada en el alma del Pueblo de Dios: un último abrazo, un último acto de amor.
Francisco fue un Papa cercano, que no tuvo miedo de tocar las heridas de su tiempo, que llevó consuelo a los más pobres, que defendió a los migrantes, que construyó puentes de encuentro donde otros querían levantar muros. Fue un eco vivo de la ternura de Dios.
Su voz, que nos pedía sin cesar: “No se olviden de rezar por mí”, ahora resuena desde el cielo. Nosotros, la Iglesia universal, le decimos hoy: Reza tú por nosotros, buen pastor. Guíanos desde la Casa del Padre, donde ya celebras la alegría eterna.
Papa Francisco, gracias por enseñarnos que la felicidad está en dar, por amarnos con olor a oveja, por recordarnos que la misericordia es el rostro más hermoso de Dios.
No te olvidamos. Sigues caminando con nosotros, ahora de otra manera, más cerca que nunca.