No debemos confundir la oración con la repetición de palabras

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En Mateo 6:5 Jesús advierte sobre lo que no es orar: “cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa”. 

Jesús denunció a los fariseos que les gustaba la oración de una manera formal y religiosa. Lo hacían 18 veces al día y su motivación era ser vistos y admirados por los demás. 

La oración no es un rezo, pues los rezos son conjunto de palabras decoradas que no expresan lo que siente el propio corazón. Los gentiles paganos tenían esta costumbre en su devoción a sus dioses, y los judíos estaban aprendiendo con ellos esta práctica la cual Jesús también condenó.

Tampoco la oración es un acto de penitencia. Erróneamente algunos padres ponen a sus hijos a orar como un castigo por algún hecho. Pero es un error porque esto los llevara a no desear la vida de oración que les será necesaria para tener una vida abundante en el Señor.

A veces al pretender orar no sabemos qué palabras emplear, pero debemos estar seguros que Dios quiere escuchar nuestro corazón, nuestros verdaderos e íntimos sentimientos más que un conjunto de palabras elegantes diseñadas más para ser escuchadas por los hombres que por Dios.

Sin embargo, la práctica de la oración diaria nos llevará a ser cada vez más expresivos, a fluir más fácilmente en la comunicación con Dios sin caer en la forma sino a profundizar nuestra intimidad con el Señor.

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