La noticia del fallecimiento del Papa Francisco ha despertado una ola de dolor y conmoción en todo el mundo. Desde los primeros minutos del anuncio oficial, miles de mensajes de cariño, oración y homenaje comenzaron a circular desde todos los rincones del planeta. Líderes religiosos, jefes de Estado, creyentes y no creyentes han coincidido en algo: el Papa Francisco fue una figura que tocó el corazón de la humanidad.
En la Plaza de San Pedro, los primeros fieles comenzaron a llegar espontáneamente al enterarse de la noticia. Algunos lloraban en silencio, otros rezaban el Rosario, y muchos más encendían velas y dejaban flores ante las rejas del Vaticano. Las campanas repicaban en duelo en parroquias de Roma, América Latina, África, Asia y Europa.
En redes sociales y medios de comunicación, millones de personas comparten fotografías, citas, homilías y gestos inolvidables del Santo Padre. Se recuerda su abrazo a personas con discapacidad, su firme condena a la guerra, su defensa de los migrantes, su risa franca con los niños, y su oración silenciosa en tantos momentos de dolor de la humanidad.
A pesar de su estado de salud delicado en los últimos meses, pocos esperaban un desenlace tan cercano. Su reaparición el Domingo de Resurrección, saludando y bendiciendo desde el balcón de la Basílica de San Pedro, fue un rayo de esperanza para muchos. Hoy, ese gesto adquiere un nuevo significado: fue su último acto público, su despedida silenciosa y paternal al pueblo de Dios.
En este tiempo de Sede Vacante, la Iglesia entra en un momento de oración, reflexión y gratitud. El mundo lo llora, pero también lo celebra: porque en Francisco vio el rostro de un pastor que amó hasta el final.
