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Cada 12 de diciembre, millones de católicos en México y en el mundo levantan la mirada hacia Santa María de Guadalupe. Algunos llegan al Tepeyac caminando, otros de rodillas, otros en silencio desde su hogar, otros más con cantos y flores. Todos, de una u otra forma, llevan en el corazón la certeza de que la Virgen de Guadalupe es Madre cercana, protectora del pueblo y consuelo de los que sufren.
Esa certeza no nace solo del ayate bendito de san Juan Diego. También vive en un texto antiguo, profundo y lleno de ternura, escrito en lengua náhuatl, que ha conservado con delicadeza la memoria viva de aquel acontecimiento: ese documento también es conocido como el Nican Mopohua.
¿Qué es el Nican Mopohua?
Nican Mopohua significa sencillamente: “Aquí se cuenta”. Así comienza el relato que narra las apariciones de Santa María de Guadalupe en el cerro del Tepeyac, en diciembre de 1531.
Desde sus primeras líneas percibimos que no estamos ante un documento frío, sino ante una historia contada con respeto, belleza y amor:
“Aquí se cuenta, se ordena decir, cómo poco después se manifestó, se dejó ver, la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios”.
El texto nos introduce en un diálogo íntimo. María no irrumpe con miedo ni amenaza; se acerca con dulzura. Al encontrarse con Juan Diego, lo llama con palabras que siguen conmoviendo siglos después:
“Juanito, Juan Dieguito, el más pequeño de mis hijos”.
En esa sola frase ya se revela todo el tono del relato: ternura, cercanía y elección del humilde.
¿Quién lo escribió y cuándo?
El Nican Mopohua fue escrito a mediados del siglo XVI, cuando aún vivían testigos directos del nacimiento del culto guadalupano. Su autor más probable es Antonio Valeriano, indígena noble, cristiano convencido y profundamente formado.
Valeriano conocía la lengua del pueblo y su corazón. Por eso el relato no impone la fe, sino que la propone con respeto, como hace la Virgen misma cuando explica por qué pide que se le construya un templo:
“Mucho deseo y vivo anhelo de que aquí me levanten mi casita sagrada,
porque yo en verdad soy su madre compasiva”.
El texto fue transmitido cuidadosamente hasta ser impreso en 1649, dentro de un libro en lengua náhuatl que dio forma escrita definitiva a este testimonio de fe.
Un texto lleno de belleza y teología
El Nican Mopohua está escrito con un lenguaje poético propio del náhuatl clásico. Las repeticiones, los paralelismos y las imágenes no son adornos: son puentes hacia el corazón del pueblo.
María se presenta como Madre, pero aclara con sencillez a quién conduce:
“Yo soy la Madre del verdadero Dios por quien se vive,
del Creador junto al cual existe todo,
del Señor del cielo y de la tierra”.
Aquí se revela el centro cristiano del mensaje: María no se anuncia a sí misma, conduce al Dios verdadero. Y lo hace desde una cercanía maternal que se expresa cuando consuela a Juan Diego en su momento de angustia:
“No se perturbe tu corazón,
no temas esta enfermedad ni otra alguna angustia.
¿No estoy yo aquí, que soy tu madre?”
Estas palabras no pertenecen solo al siglo XVI. Siguen hablándole hoy a un pueblo cansado, herido y necesitado de esperanza.
¿Tiene valor histórico?
El Nican Mopohua es una de las fuentes más antiguas y significativas sobre el origen del culto guadalupano. No pretende ser un acta jurídica: es una memoria creyente, escrita desde la fe de la Iglesia naciente en México.
Esto se percibe incluso en los detalles del relato, como cuando Juan Diego se describe a sí mismo ante el obispo con humildad extrema:
“Yo soy un cordel,
yo soy una hoja,
yo soy cola, yo soy ala”.
Este lenguaje expresa una verdad teológica profunda: Dios obra a través de lo pequeño. Lo que parece insignificante es precisamente lo que Él elige.
El lugar del Nican Mopohua en la Iglesia
La Iglesia no considera al Nican Mopohua como parte de la Sagrada Escritura, pero sí lo reconoce como el relato más importante de las apariciones guadalupanas.
Por eso lo preserva, lo estudia y lo propone como texto catequético y pastoral. En él, María explica con claridad la misión de su santuario:
“Aquí escucharé su llanto, su tristeza,
para remediar, para curar,
todas sus penas, sus miserias, sus dolores”.
Esta visión de una Iglesia que escucha, consuela y acompaña sigue siendo un programa pastoral vigente.
¿Por qué es importante conocerlo hoy?
Porque el Nican Mopohua nos recuerda que la fe cristiana no nace del miedo ni de la imposición, sino del encuentro.
En un mundo marcado por la violencia, la exclusión y el abandono, María sigue saliendo al encuentro de los sencillos y repitiendo su promesa:
“Yo con gusto atenderé,
yo cuidaré solícita
a todos los que me busquen y confíen en mí”.
Un texto para leer, orar y vivir
Conocer el Nican Mopohua no es solo aprender historia. Es dejarnos hablar por una madre que conoce el sufrimiento de su pueblo y lo presenta ante Dios.
Leerlo, especialmente en torno al 12 de diciembre, nos ayuda a comprender que la “casita sagrada” que María pidió no es solo un templo de piedra, sino una Iglesia viva, donde nadie se sienta solo ni olvidado.
Y al cerrar el relato, el eco que queda es el mismo que sigue resonando en México:
“Aquí nos dejó mostrada toda su ternura,
aquí vino a darnos su amparo”.









