El perdón es la base de nuestra salud emocional y espiritual

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Quien no perdona no tiene paz del alma ni comunión con Dios.

No existe un matrimonio saludable ni familia saludable sin el ejercicio del perdón, pues “sobrevivir” como familia cuando subsiste el rencor o el resentimiento, produce una familia enferma, vulnerable y en permanente riesgo de desintegración.

El perdón es vital para nuestra salud emocional y sobrevivencia espiritual. Sin perdón la familia se convierte en un escenario de conflictos y un recinto saturado de agravios. Sin el perdón la familia se enferma. 

El perdón es la limpieza del alma y de la mente; es la liberación del corazón. Quien no perdona no tiene paz del alma ni comunión con Dios. Es por eso que la familia tiene que ser un lugar de vida y no de muerte, un territorio de curación y no de enfermedad; un recinto de perdón y no de culpa. El perdón trae alegría donde un dolor produjo tristeza; y curación, donde el dolor ha causado enfermedad.

En la Parábola que está en Lucas 15:11-31 dice: “….. Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. Y levantándose, vino a su padre. Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. Pero el padre dijo a sus siervos: Saquen el mejor vestido, y vístanlo; y pónganle un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traigan el becerro gordo y mátenlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse”.

El mensaje fundamental contenido en este texto es: Dios perdona, Dios es amor. Observamos como el verdadero protagonista de la parábola es el padre.

Por eso, esta parábola, en lugar de conocerse como “La parábola del hijo pródigo”, debía conocerse como la “La parábola del padre amoroso”.

Vemos la inmensa alegría del padre al regreso del hijo. El padre ha olvidado el dolor que le causó la partida de su hijo. Este ha sido recibido amorosamente por su padre. Jesús nos explica con esta parábola cómo es Dios.

El trabajo principal de Dios es perdonar, es su principal actividad. Dios es amor, pero la forma concreta y habitual característica de este amor es la misericordia. Esta es la virtud propia de Dios.

Todos en nuestras familias debemos intentarnos compenetrar con Él, con su persona y tratar de asumir su papel. El nos recibe, nos perdona, nos acoge. Su misericordia es ilimitada, inagotable e insondable. Pero el perdón de Dios está sujeto a una condición: “mas si no perdonan a los hombres sus ofensas, tampoco su Padre les perdonará sus ofensas.” (Mt 6,15).

El perdón que recibimos de Dios está condicionado por el perdón que nosotros otorgamos. En nuestra familia debemos imitar al Padre. El debe ser nuestro ideal de vida y nuestro modelo de identificación en nuestra vocación de padres. Asimilando su compasión y generosidad hacia nuestros hijos cuando nos toque perdonar, siendo misericordiosos con ellos como Él es misericordioso.

El amor en nuestras familias es la conexión de nuestro amor a Dios. El amor de Dios debe ser  a la vez modelo y fundamento de nuestro amor, así como su perdón debe ser el modelo y el fundamento de nuestro perdón.

Si perdonamos en nuestras familias damos testimonio de un Dios que perdona, damos fe de un Dios que ejerce la misericordia. Cuando haya ofensas en nuestras familias hagamos como nos dice Jesús en la “parábola del Padre”:

“….Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó” ( Lc 15, 20).

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