La solemnidad de la Asunción de la Virgen María no es solo una fiesta de luz y esperanza, sino también un recordatorio profundo de que la victoria sobre la muerte comienza desde ahora. Así lo expresó el Papa León XIV en su homilía celebrada en Castel Gandolfo, donde señaló que la vida de la Madre de Dios sigue iluminando la historia de la Iglesia y de la humanidad entera.
El “sí” que vence a la muerte
El Pontífice recordó que Dios, al encarnarse en María, venció a la muerte y abrió un camino de libertad y confianza. Pero esa victoria no se realiza sin nuestra respuesta: el Reino es de Dios, pero el “sí” nos corresponde a nosotros. En la cruz, Jesús pronunció su “sí” definitivo, y María, permaneciendo fiel junto a su Hijo, se convirtió en el signo vivo de que la fe no huye, sino que abraza la historia.
En palabras del Papa, “María somos nosotros cuando respondemos con nuestro ‘sí’ a su ‘sí’”. Ese eco continúa vivo en los mártires de hoy, en los testigos de la paz y de la justicia, en quienes enfrentan la muerte con confianza y amor.
El Magníficat: canto de esperanza
Al reflexionar sobre el Evangelio de la Visitación, León XIV subrayó que la fecundidad de Isabel anticipó la fecundidad del “sí” de María, que se prolonga en la vida de la Iglesia. El Magníficat no es solo un himno antiguo, sino un canto que renueva la esperanza de los pobres, de los perseguidos y de todos los que, desde la humildad, construyen paz y fraternidad.
El Papa destacó que incluso cuando la fe parece envejecer en contextos de comodidad o indiferencia, el canto de María rejuvenece a la Iglesia. Hoy, comunidades cristianas pequeñas, pobres o perseguidas son la fuente de frescura evangélica, testigos de que la fecundidad del Reino no se mide en números, sino en la fuerza de la esperanza.
María, signo de nuestro destino
Al contemplar a la Virgen elevada al cielo, la Iglesia reconoce que la resurrección de Jesús no fue un hecho aislado. María es el signo de que todos estamos llamados a la vida plena en Cristo. Ella representa el entramado perfecto entre la gracia de Dios y la libertad humana, invitándonos a vivir no para nosotros mismos, sino para que la vida de Cristo se difunda en el mundo.
“En el amor de Cristo –afirmó el Papa– nuestra victoria sobre la muerte comienza desde ahora”. Esa victoria no consiste en un milagro lejano, sino en cada acto de fe, en cada gesto de perdón, en cada servicio humilde que prolonga la fecundidad de la Iglesia en la historia.
Una fiesta que compromete
La Asunción no es una simple celebración piadosa. Es un compromiso. Nos impulsa a preguntarnos cómo y para quién vivimos. El “sí” de María sigue siendo fecundo cuando nuestras comunidades eligen la vida frente a la desesperación, la confianza frente al miedo, el amor frente al odio.
Al elevar la mirada hacia María, la Iglesia descubre su propio destino: en Cristo, todos podemos vencer a la muerte. Ella nos muestra que nada se pierde, que cada entrega y cada sacrificio se unifican en el amor eterno de Dios.