Este Viernes Santo, 18 de abril, se celebró el tradicional Vía Crucis en el Coliseo de Roma. Aunque el Papa Francisco no lo presidió directamente, el cardenal Baldo Reina lo encabezó en su nombre. Las meditaciones escritas por el Papa tocaron el corazón de miles de fieles, con un mensaje muy claro: Dios nunca descarta a nadie, ni siquiera en un mundo que muchas veces parece hacerlo todo por cálculo y conveniencia.
Francisco nos recordó que el camino de Jesús hacia el Calvario —su sufrimiento y su cruz— fue un descenso hacia el mundo que Dios ama, hacia nosotros. Jesús no huye del dolor ni del pecado humano. Más bien, se coloca “en medio”, entre los que se enfrentan, entre los que están rotos por dentro, para llevarlos al Padre y reconciliarlos.
El Papa nos invita a mirar este camino no sólo como un recuerdo, sino como una propuesta de vida. Un camino donde podemos detenernos, mirar dentro de nosotros mismos y reconciliarnos con nuestra conciencia. Jesús nos enseña que caer no es el final, que todos podemos volver a empezar, que incluso en el suelo puede encontrarse el cielo.
En un mundo que se rige por algoritmos, estadísticas y frialdad, el Papa habla de la “economía de Dios”, que es completamente diferente: Dios no elimina, no aplasta, no se rinde con nadie. Su lógica no es la del poder ni del descarte, sino la del cuidado, la humildad y la ternura. Nos anima a no escapar de nuestras responsabilidades, a quedarnos en el lugar donde Dios nos ha puesto, y a comprometernos con amor.
Francisco también nos habla de la libertad. Cada persona tiene la posibilidad de elegir el bien, incluso en los momentos más difíciles. Como Jesús, podemos decidir amar, perdonar, y abrirnos a los demás, incluso cuando nos cuesta. Esa es la verdadera libertad.
Durante las estaciones del Vía Crucis, el Papa destaca también a personas concretas que acompañaron a Jesús: María, su madre, que estuvo junto a Él hasta el final; Simón de Cirene, que cargó la cruz aunque no lo esperaba; la Verónica, que limpió su rostro; y las mujeres de Jerusalén, que lloraron por Él. Cada uno de ellos nos enseña algo: que cualquier persona, aún sin buscarlo, puede encontrarse con Dios, que el amor se demuestra en gestos concretos, y que el sufrimiento del mundo necesita nuestras lágrimas verdaderas.
Al final, Jesús muere y es colocado en el sepulcro. Pero incluso en el silencio del Sábado Santo, cuando todo parece perdido, el Papa nos invita a esperar con fe, a confiar en los tiempos de Dios, que muchas veces no son los nuestros. Porque la historia no termina en la cruz, sino en la Resurrección, donde Dios transforma el dolor en vida nueva, y nos regala esperanza para todos los pueblos.
En resumen, el Papa Francisco nos recuerda que el Vía Crucis no es solo una tradición, sino una oportunidad para cambiar de rumbo, para mirar con nuevos ojos, para volver a empezar. Jesús camina con nosotros, en medio de nuestras luchas y dolores, y nos muestra que, aunque el mundo nos mida por lo que tenemos o logramos, para Dios todos valemos, todos somos amados, todos podemos ser salvados.p
Fuente: Vatican News