El tema de la humillación ante Dios siempre ha causado cierta resistencia entre algunos creyentes. Doblar las rodillas y postrarse ante sus pies, para algunos es una devoción exagerada que afecta su honorabilidad humana.
Otros asumen que la humillación ante Dios implica sentirse como una pila de basura ante su presencia. Para ellos humillarse implica entonces sentirse indignos de estar ante su presencia.
Por eso vale la pena reflexionar acerca de lo que no significa y lo que sí significa la humillación ante el Señor.
Humillarse a sí mismo equivale a “auto humillarse”, es decir, despojarse de la dignidad, lo cual resulta chocante en tanto que la dignidad es intrínseca a la persona. En su origen, la dignidad se remite al término latino “dignus” que a su vez corresponde al griego “axios” que significa valioso, apreciado o merecedor.
El ser humano, por el simple hecho de serlo, es una persona, y por ello, intrínsecamente valioso y merecedor de respeto. Por ello las leyes humanas prohíben tanto quitarle la vida a otra persona como despojarla de su dignidad.
Que una persona se reconozca como valiosa y merecedora de respeto no es soberbia sino reconocer la dignidad que posee. Por el contrario, humillarse, significa despojarse de esa dignidad que le es intrínseca. Por lo tanto, Dios, que ama infinitamente a la persona, no sólo no pretendería jamás despojar a la persona de su dignidad, sino al contrario, la eleva al máximo rango al grado de que no sólo se hizo humano con el fin de otorgarle la salvación sino que para ello entregó su vida.
Si Dios apreció tanto el valor de la persona que decidió hacerse hombre y habitar entre nosotros, es imposible que se congratule al ver al hombre despojado de su valor, es decir, humillado.
Sin embargo, el hombre, es decir el ser humano, tiene una permanente tendencia a sobrevalorarse y no se conforma con tener un valor humano intrínseco, sino que ambiciona a ser más de lo que es, al grado que llega a pensar que no necesita de Dios.
Cuando Pedro en su primera carta afirma que el hombre se debe humillar, no se refiere a que debe perder su dignidad, sino más bien, que debe despojarse de la soberbia que le hace pensar que no necesita a Dios.
1 Pedro 5, 5-6 Jóvenes, estén sujetos a los ancianos, y todos, sumisos unos a otros, revístanse de humildad, porque Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes. Humíllense, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él los exalte cuando sea el tiempo.
¿Es válido que una persona se humille ante otra persona? Por supuesto que no, pero Pedro no habla de humillarse ante otro sino de tener actitud de servicio: “sumisos unos a otros”. Dios resiste a los soberbios, dice Pedro en su carta, y los soberbios son los que aseguran que no necesitan de Dios.
Por eso Pedro pide humillarse bajo la poderosa mano de Dios, lo que significa reconocer su superioridad, superioridad que no se utilizará para despreciar al hombre sino para exaltar al hombre en el momento indicado.
Ese es el verdadero significado de la humillación, reconocer que necesitamos de Dios, reconocer su superioridad y su capacidad para sanar nuestras almas. A esto se refiere el autor de segunda de Crónicas cuando dice: si se humilla mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oran, y buscan mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos, entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados y sanaré su tierra.
Humillarse significa aceptar o reconocer mi condición inferior a Dios y por lo tanto estar dispuesto a aceptar lo que Dios quiere que yo sea, vivir como Dios quiere que viva. Humillarse delante de Dios no significa creer que somos basura ante Él, sino exactamente lo contrario, significa reconocer que aún sin merecerlo hemos recibido la condición de ser hijos de Dios.
Humillarse es abandonar nuestra soberbia y no decidir por nosotros mismos qué hacer con nuestra vida, sino decidir obedecer la palabra de Dios y vivir de acuerdo a su voluntad, así como reconocer que todo lo que tenemos proviene de Él.