La alegría pasajera del placer, el poder y el dinero, ante la felicidad eterna con Dios

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La prisa, la hiperactividad, el ritmo acelerado de la sociedad y el bullicio de nuestra vida, ha provocado que tengamos poco tiempo para distinguir conceptos que, aunque vinculados, son esencialmente distintos. Nos referimos a la felicidad y la alegría.

Hoy, sobre todo entre los jóvenes, pero incluso los adultos, piensan que ser feliz es lo mismo que estar alegre, siendo que la alegría, es a veces parte de la felicidad.

Y es que la felicidad es un estado profundo del alma como producto de la relación del hombre con Dios, por ello es algo que no tiene que ver con situaciones transitorias o pasajeras de nuestra vida.

Por otro lado, la alegría responde a estados de ánimo que por lo general son transitorios. Son momentos, a veces cortos, a veces prolongados, que nos hacen sentir bien y que quisiéramos que duraran mucho tiempo, pero que es fácil que terminen.

Confundir felicidad con alegría, hace que busquemos la felicidad en donde no la podemos encontrar, y por ello muchos piensan que van a ser felices en las fiestas, o al tener dinero, o con la ropa que usan, el carro que traen o la escuela en la que estudian.

El ser humano busca incesantemente, por distintos medios, ser feliz. Sin embargo, no ha logrado alcanzar su felicidad a plenitud. Por el contrario, se ha esclavizado en sus propios deseos, tratando de llenar su vida de aquello que cree encierra la felicidad: el poder, la fama, el placer y el dinero. Pero, al poseer esos bienes, descubre que la felicidad es momentánea, que le deja un profundo vacío y una sensación de que siempre quiere alcanzar más.

Ciertamente todo esto, generalmente, produce estados de alegría, pero ésta es temporal, pasajera y termina en vacío, que en ocasiones, nos lleva a vivir la situación contraria que es la tristeza, producto de no alcanzar el bien deseado.

El hombre, cuando se deja encontrar por Dios, y se deja guiar por su Palabra, es feliz independientemente de la situación particular por la que atraviese. Es precisamente en la felicidad en donde la alegría se hace plena, porque viene acompañada de la paz y del gozo espiritual. 

Si queremos ser realmente, felices, busquemos tener una relación cada vez más profunda con Dios.

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