
La catequesis jubilar del Papa León XIV nos confronta con una pregunta ineludible: ¿en un mundo donde mientras millones viven en precariedad, estamos dispuestos a vivir una esperanza que transforme la realidad y denuncie la injusticia?
Una esperanza que no se cruza de brazos
En su catequesis jubilar del 20 de diciembre, publicada por Vatican News, el Papa León XIV ofreció una enseñanza que va al corazón del Evangelio: esperar no es aguardar pasivamente, sino participar activamente en la obra creadora de Dios.
El Pontífice fue claro: la esperanza cristiana no es evasión espiritual ni consuelo barato. Es una fuerza que genera vida, como un parto que duele pero anuncia futuro. Donde no hay esperanza —dice el Papa— hay muerte; donde la esperanza se vive auténticamente, nace algo nuevo.
Esta afirmación interpela directamente a nuestra fe cotidiana. ¿Vivimos como creyentes que esperan sentados… o como discípulos que generan vida, justicia y dignidad allí donde todo parece estancado?
La creación no es mercancía: es un clamor
Uno de los núcleos más fuertes de la catequesis es la referencia al grito de la creación. El Papa retoma la imagen bíblica: toda la creación gime, no sólo los pobres. Y ese gemido —nos recuerda— no es poético, es histórico.
La tierra sufre porque los bienes de la creación se han concentrado en pocas manos, mientras millones viven en precariedad. No se trata sólo de ecología, sino de justicia. Cuando unos pocos acaparan, otros quedan excluidos; cuando se absolutiza la ganancia, se sacrifica la vida.
Desde el Evangelio, esta situación no puede ser neutral. Jesús no fue indiferente al hambre, a la pobreza ni a la exclusión. Por eso, la creación no puede ser tratada como botín ni los pobres como daño colateral del progreso.
María: esperanza que se hace carne
León XIV propone a María como modelo de la esperanza que genera. Ella no se limitó a esperar promesas: acogió la Palabra y la hizo carne. Su fe no fue abstracta; transformó la historia.
María nos recuerda que creer no es sólo afirmar verdades, sino encarnar el proyecto de Dios. En ella, la esperanza no se queda en el corazón: se vuelve acción, compromiso, maternidad para el mundo.
La Iglesia está llamada a esa misma actitud: no guardar el Evangelio, sino darlo a luz en contextos concretos de injusticia, pobreza y desigualdad.
Una Iglesia con voz profética
El mensaje del Papa es también una llamada directa a la Iglesia de hoy. No basta anunciar el Reino en palabras si no se denuncian las estructuras que lo contradicen. La misión profética no es opcional: es constitutiva de la fe cristiana.
Esto plantea preguntas incómodas pero necesarias:
- ¿Cuánto estamos dispuestos a hacer para que esta visión llegue a nuestros obispos y párrocos?
- ¿Queremos una Iglesia que sólo administre sacramentos o una que forme conciencias?
- ¿Estamos dispuestos a incomodarnos para no ser cómplices del silencio?
La esperanza cristiana no puede convivir con la indiferencia. Callar ante la injusticia no es prudencia: es renuncia al Evangelio.
Nacer de nuevo como Iglesia
Para los creyentes, nacer de nuevo no es una experiencia intimista desconectada del mundo. Es volver a mirar la realidad con los ojos de Dios, comprometerse con la vida, defender la dignidad humana y cuidar la creación como casa común.
La catequesis del Papa León XIV nos recuerda que la fe auténtica siempre genera algo nuevo: justicia donde hay abuso, solidaridad donde hay exclusión, esperanza donde reina el desaliento.
La pregunta queda abierta y es profundamente evangélica:
¿Queremos ser una Iglesia que espera sentada… o una Iglesia que genera vida?










