La espiritualidad de María, la Madre de Dios

Una fe sencilla, confiada y llena de amor.

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Cuando hablamos de la espiritualidad de María, no hablamos de algo complicado o lejano. Hablamos de una mujer creyente, una madre como muchas, que vivió con el corazón abierto a Dios. María, la madre de Jesús, es para nosotros un ejemplo vivo de cómo se puede caminar con Dios en medio de lo cotidiano, con fe sencilla y obediente.

Todo comenzó con un “sí”

Dios le pidió a María algo muy grande: ser la madre del Salvador. Y ella, aunque no entendía todo, respondió: “Hágase en mí según tu palabra” (Lucas 1,38). Esa respuesta fue el inicio de su camino espiritual. No puso excusas, no preguntó qué ganaría, solo confió.

Su espiritualidad empieza ahí: en la confianza total en Dios, incluso cuando no se tiene todo claro. María nos enseña que ser espiritual es decirle “sí” a Dios aquí en la tierra.

María escuchaba a Dios con el corazón

La Biblia dice que María guardaba todo en su corazón y lo meditaba (Lc 2,19). Eso quiere decir que no hablaba mucho, pero sí pensaba y rezaba mucho. Así entendía lo que Dios quería de ella.

Hoy, que vivimos tan apurados, María nos enseña a detenernos, a guardar silencio, a pensar en las cosas de Dios y a orar con el corazón.

Una fe firme en medio de los problemas

María no tuvo una vida fácil. Tuvo que huir con su hijo recién nacido, vivió como pobre, y luego lo vio morir en una cruz. Pero nunca se quejó. Su fe no era de emoción, era una fe firme, que confía en Dios aunque duela.

Estuvo de pie al pie de la cruz. No huyó del sufrimiento. Esa es una verdadera madre, una creyente fuerte. Nos enseña que no hay que perder la fe cuando vienen las pruebas, porque Dios siempre está.

Una mujer que alaba a Dios

Cuando visitó a su prima Isabel, María cantó el “Magníficat”, un canto de alabanza a Dios. No se alabó a sí misma, sino que reconoció lo grande que es el Señor. Su espiritualidad es agradecida, humilde y llena de gozo.

También nosotros debemos aprender a alabar a Dios, incluso en medio de las dificultades. Una fe alegre es una fe viva.

Nuestra madre en la fe

María no se quedó en el pasado. Jesús nos la dio como madre desde la cruz (Jn 19,27), y ella sigue cuidándonos desde el cielo. No es una diosa, no reemplaza a Jesús, pero sí nos ayuda a acercarnos a Él. Por eso los católicos la amamos y rezamos con ella, no a ella.

Cuando no sepas cómo rezar, pídele a María que te acompañe. Ella sabe lo que es confiar en Dios sin entender todo, lo que es sufrir, lo que es ser madre y creyente.

María es una guía para todos nosotros. Con su humildad, su fe y su amor, nos muestra cómo vivir cerca de Dios. Hoy podemos decirle con confianza:

Madre, enséñanos a decir “sí” como tú. Enséñanos a confiar en Dios como tú confiaste.

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