Vivimos tiempos de confusión y polarización en los que la verdad parece desdibujarse ante los discursos ideológicos que moldean la opinión pública. En medio de este caos, es fácil perderse y tomar el camino equivocado si no estamos firmemente anclados en la verdad.
Hoy más que nunca, el bien se nos presenta como mal y el mal como bien, en un juego de manipulación que busca desorientar a las sociedades y alejarlas de los principios fundamentales de justicia y orden.
Uno de los grandes engaños de nuestro tiempo es el enfoque erróneo con el que se abordan los problemas sociales. Se nos quiere hacer creer que la lucha debe centrarse en la batalla entre géneros, en la creación de nuevas leyes, en la transformación del lenguaje, cuando el problema real es otro: la impunidad.
No se trata de la falta de normativas o de la ausencia de reglas, pues desde tiempos antiguos, la humanidad ha contado con códigos legales que protegen a los más vulnerables. Desde la ley mosaica en el Levítico hasta las constituciones modernas, las bases para una sociedad justa ya están establecidas. Sin embargo, cuando estas leyes no se aplican, cuando el castigo no llega a quienes transgreden el orden, la corrupción y la violencia se multiplican.
El Problema de la Impunidad a la Luz de la Historia
Desde el relato de Adán y Eva, Dios dejó claro que toda ley trae consigo consecuencias. La desobediencia al único mandato que tenían en el Edén los llevó a la expulsión del paraíso, una muestra de que la justicia de Dios es inflexible y que el incumplimiento de la norma no queda sin sanción. A lo largo de la historia, las sociedades que han permitido la impunidad han caído en la corrupción, la violencia y la anarquía.
Hoy, los sistemas de justicia en muchos países han colapsado o se han corrompido, permitiendo que los delincuentes queden impunes, que los poderosos se salgan con la suya y que los débiles sean constantemente victimizados sin recibir verdadera protección.
No es la falta de leyes lo que hace que las mujeres, los niños y los ancianos sean vulnerables, sino la incapacidad (o falta de voluntad) de los gobernantes y jueces para hacerlas cumplir. En un mundo donde las sentencias son compradas, las influencias pesan más que la verdad y los criminales gozan de protección, es imposible que reine la paz.
Consecuencias de la Impunidad en la Sociedad
Cuando las leyes no se aplican, el mensaje que se transmite es claro: todo está permitido. Si un ladrón roba y no recibe castigo, otros seguirán su ejemplo. Si un agresor ataca y no se le castiga, la violencia se multiplicará. La impunidad genera un efecto de corrupción en cadena que destruye el tejido social y deja a los más vulnerables sin defensa.
El problema de la impunidad no es solo una cuestión legal, sino también moral y espiritual. La justicia humana puede fallar, pero la justicia de Dios es incorruptible. Ningún crimen, ninguna injusticia quedará sin castigo ante el tribunal divino. Sin embargo, como sociedad, estamos llamados a buscar la justicia aquí y ahora, a exigir que quienes ostentan el poder cumplan con su deber y no permitan que el mal campe a sus anchas.
El Camino de Regreso a la Justicia y el Orden
La solución a este problema no radica en la creación de más leyes ni en la división entre hombres y mujeres, ricos y pobres, poderosos y débiles. El verdadero cambio se dará cuando la sociedad exija el cumplimiento de las leyes existentes y se rechace la impunidad como norma. Esto requiere valentía, conciencia y una firme determinación de no callar ante la injusticia.
Debemos pedir a Dios que ilumine a quienes gobiernan, que les dé la fuerza para actuar con justicia y equidad, sin dejarse corromper por intereses personales o políticos. Pero también es responsabilidad de cada ciudadano ser parte de este cambio, no tolerando la injusticia ni permaneciendo en silencio ante el abuso.
Si queremos recuperar la paz y la armonía, debemos empezar por restaurar la justicia. Sin ella, cualquier otro esfuerzo será en vano. La historia nos muestra que cuando la impunidad reina, las naciones caen en el caos. No repitamos ese error. Volvamos al camino de la verdad, al cumplimiento de las leyes y a la certeza de que sin justicia, no puede haber verdadera libertad ni seguridad.
Inspirado en la reflexión del P. Ernesto María Caro. Evangelización Activa de marzo 2020.