Es común escuchar entre los fieles frases como: “el Vaticano tiene mucho dinero” o “la Iglesia ya tiene con qué sostenerse”. Y aunque estas ideas tuvieran algo de verdad a nivel global, en la práctica cotidiana de nuestras parroquias locales, están muy lejos de la realidad. La verdad es simple: nuestra parroquia depende de nosotros, sus fieles.
Una casa con muchas responsabilidades
La parroquia no es una institución lejana ni un ente mágico que se mantiene por sí mismo.
La parroquia es, en muchos sentidos, como una gran casa común que debe mantenerse abierta, limpia, iluminada, equipada y en condiciones para recibir a todos los que acuden a ella buscando a Dios, consuelo, orientación o comunidad. Pero todo eso genera gastos concretos:
- El pago de la luz, el agua y otros servicios básicos.
- El mantenimiento de las bancas, el altar, los micrófonos, los baños, el sistema de sonido.
- El salario del personal que colabora con el párroco: secretaria, sacristán, encargados de limpieza, etc.
- Los materiales para las celebraciones, desde hostias y vino hasta flores, velas y libros litúrgicos.
- El apoyo a los más necesitados que acuden a la parroquia buscando ayuda.
Y todo eso, como cualquier hogar o centro de servicio, cuesta dinero cada mes.
La Iglesia somos todos
Algunos piensan que como la Iglesia es “rica”, cada parroquia también debería estar bien financiada. Pero no es así.
La mayoría de las parroquias no recibe dinero directamente del Vaticano, ni tampoco del obispado. Su único sustento son las ofrendas y donativos de sus propios feligreses.
Esto significa que si tú no ayudas, nadie más lo hará por ti. Y si muchos piensan igual, con el tiempo la parroquia se irá deteriorando: ya no habrá recursos para arreglar una gotera, para pagar la luz, para imprimir material catequético, ni siquiera para encender los ventiladores en verano.
No se trata de pagar por ir a misa
Es importante aclarar algo: no se paga por recibir los sacramentos. La Eucaristía, la confesión, el bautismo, todo lo que la Iglesia ofrece espiritualmente es un don gratuito de Dios. Pero la estructura concreta que permite vivir y compartir esos dones —el edificio, el sonido, el personal, los servicios— sí necesita recursos.
Un acto de corresponsabilidad
Cuando tú aportas a tu parroquia, no estás dando una “limosna” al padre ni pagando por un lugar en la misa. Estás construyendo tu comunidad. Estás diciendo: “esta es mi casa y también es mi responsabilidad que se mantenga viva, digna y abierta para todos”.
Quizá no puedas aportar mucho, pero si todos damos un poco, la carga se hace ligera. Y lo más valioso no es sólo el monto, sino el gesto: cuando damos con generosidad y compromiso, nos convertimos en parte activa de la vida de la Iglesia.
Recuerda:
Nuestra parroquia no es del Vaticano. Es nuestra. Es de todos los que allí bautizamos a nuestros hijos, celebramos nuestras bodas, despedimos a nuestros difuntos, nos confesamos y escuchamos la Palabra de Dios.
Y como cualquier hogar, necesita de nosotros para seguir en pie.