En septiembre, Mes de la Biblia, la Iglesia nos invita a redescubrir un tesoro espiritual que ha acompañado a generaciones de creyentes: la Lectio Divina, o “lectura sagrada”.
No se trata de un estudio académico de la Biblia ni de una simple lectura piadosa, sino de una forma de orar con la Palabra de Dios, dejándola penetrar en el corazón hasta transformar la vida cotidiana.
Por eso la Lectio Divina significa esencialmente leer orando o mejor aún, lectura orante de la Biblia. Sus raíces se fundan en las sinagogas judías, donde la lectura, meditación y oración de las Escrituras eran enseñadas por los rabinos para una mejor comprensión de éstas. Hoy se ha convertido en una práctica recomendada por la Iglesia.
La Lectio Divina es una práctica católica que consiste en usar las Escrituras para orar; es como conversar con Dios a través de su palabra. Su nombre significa “lectura divina” y se trata de dejar que la Biblia te hable a un nivel más profundo.
La Biblia: Palabra viva y actual
La Sagrada Escritura no es un libro del pasado. La Iglesia enseña que la Biblia es Palabra viva y eficaz (cf. Heb 4,12), capaz de iluminar nuestros pasos y de fortalecer nuestra fe.
Sin embargo, muchos católicos limitan su contacto con la Escritura a lo que escuchan en la Misa dominical. Esta práctica debería ser suficiente para acercarse a la Palabra de Dios, escucharla con atención y devoción sería más que suficiente para comprender la voluntad de Dios sobre nuestras vidas y convertirla en nuestra fuente de fe y salud espiritual.
El riesgo es atravesar por circunstancias que nos impidan escuchar con atención, problemas que nos hagan quedar a medias. Entonces podemos escuchar la Palabra pero no dejar que dialogue con nuestra vida.
Aquí entra en juego la Lectio Divina, una práctica que nos ayuda a encontrarnos con Cristo en las páginas de la Escritura, escucharlo con el corazón y dejarnos guiar por Él en el día a día.
Orígenes de una tradición
La Lectio Divina nació en los primeros siglos del cristianismo, cuando los monjes dedicaban tiempo a la lectura orante de la Biblia. Fue el monje cartujo Guigo II, en el siglo XII, quien sistematizó esta práctica en cuatro etapas: lectura, meditación, oración y contemplación.
Aunque durante siglos la lectura bíblica en lengua vernácula estuvo limitada, después del Concilio Vaticano II la Iglesia volvió a insistir en la importancia de que todo bautizado se acerque con confianza a la Palabra de Dios. En 2005, el papa Benedicto XVI señaló que la Lectio Divina es “un medio particularmente eficaz” para que la Biblia renueve la vida de los creyentes.
No un estudio, sino un encuentro
A diferencia de un curso bíblico o de una clase de teología, la Lectio Divina es una experiencia de oración. El objetivo no es aprender datos, sino escuchar lo que Dios dice hoy a mi vida. Puede hacerse de manera personal, en silencio, o en comunidad: en familia, en un grupo parroquial o en un movimiento.
El camino es sencillo: se lee un pasaje bíblico con calma, se reflexiona sobre lo que dice, se responde a Dios con una oración y finalmente se permanece en silencio contemplativo, descansando en su presencia.
Un hábito espiritual que transforma
La práctica constante de la Lectio Divina cambia la manera en que vemos el mundo. Poco a poco aprendemos a mirar con los ojos de Dios y a amar con su corazón. No se trata de un ejercicio intelectual, sino de un hábito espiritual que nos ayuda a discernir, a fortalecer la fe y a vivir con mayor coherencia cristiana.
El Mes de la Biblia es una ocasión ideal para comenzar, pero cualquiera es un buen momento para comenzar. Tal vez no todos los días, pero sí periódicamente, dedicar un tiempo en casa o en la parroquia a este encuentro orante con la Escritura. Con el tiempo, la Lectio Divina puede convertirse en una verdadera escuela de vida cristiana.











