Los padres deben tomar tiempo para hablar con sus hijos, enseñarles a tomar buenas decisiones y a andar por el buen camino. A veces esperamos que los hijos se comporten de una manera, pero no nos sentamos a explicarles lo que esperamos de ellos y por qué les conviene obedecer.
Los hijos por su parte deben escuchar cuando sus padres los corrigen y aprender a tomar decisiones que les ayuden a crecer como seres humanos. Con el paso de los años recordarán los consejos de sus padres y estarán agradecidos.
Sin embargo, no siempre los hijos responden a las expectativas de sus padres? ¿A qué se debe que, pese a sus esfuerzos más nobles, su entrega, dedicación y buen ejemplo, algunos hijos abandonan a Dios?
Los padres tienden a culparse: “¿Qué hicimos mal?, ¿en qué fallamos?” Sí que hay padres desentendidos, madres desobligadas, padres ausentes, madres poco comprometidas, pero no son ellos quienes nos ocupan ahora, sino quienes saben en su corazón que hicieron su mejor esfuerzo, pero piensan que sus hijos erraron el camino porque no supieron enseñarles el camino.
Dudan de su enseñanza, estiman que tal vez hablaron de más y les faltó dar ejemplo, pero la realidad es que no bastan las enseñanzas ni el ejemplo del padre más presente, de la madre más amorosa o del maestro más sabio.
Pero si no bastan las enseñanzas ni los buenos ejemplos, ¿qué más hace falta?Es más, ni siquiera las enseñanzas y el ejemplo de Jesús mismo son suficientes si el hijo, alumno o discípulo carece de algo esencial, necesario incluso, para la salvación.
El ingrediente indispensable después de una instrucción cristiana y los consejos y buenos ejemplos de los padres, es la voluntad de los hijos. Porque Dios te crea sin tí, pero no te salvará sin ti.
El mejor ejemplo de que se requiere la voluntad de los hijos es que de los doce discípulos de Jesús, que tenían por Maestro al Maestro de maestros, que vivían con el mismísimo Verbo encarnado, ¡hubo uno que acabó traicionándolo! Los doce recibieron la misma enseñanza y el mismo ejemplo de Jesús mismo. Pero uno optó por errar el camino de la peor manera.
Las enseñanzas y el buen ejemplo de los padres ayudan sin duda a formar buenos cristianos y virtuosos ciudadanos. Pero sólo la buena voluntad de sus hijos hará que escuchen e imiten sus padres.
Por igual, depende de su voluntad rehusarse a escuchar, negarse a comprender, rechazar las enseñanzas e ignorar el buen ejemplo para vivir según les plazca. Una voluntad que, en la libertad de los hijos de Dios, nuestro mismo Padre celestial respeta.
Cuando los hijos equivocan el camino, si los padres saben en conciencia que ellos dieron lo mejor al educarlos, pueden tener la conciencia tranquila. No son ellos quienes han fallado. Aunque, claro, su amor de padres hará que se preocupen por sus hijos.
En esos casos no queda más que pedir a nuestro Padre celestial, que los ama más que nadie, que los colme de la luz de su Espíritu Santo para que, en el momento oportuno, como el hijo pródigo de la parábola, se levanten del fango y emprendan el camino de regreso a casa, donde recibirán la acogida amorosa de sus padres y recuperarán por parte de Dios, la dignidad que quizás hayan perdido.