¿Por qué hay tanto sufrimiento si Dios es bueno?

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Una de las preguntas más dolorosas —y también más humanas— que se hacen muchos creyentes, especialmente en América Latina, es esta: ¿Por qué hay tanto sufrimiento en el mundo si Dios es bueno y nos ama? Esta inquietud surge cuando vemos a niños con hambre, familias destruidas por la violencia, enfermedades incurables, injusticias que parecen no tener fin… ¿Dónde está Dios en todo eso?

Dios no creó el sufrimiento

Lo primero que necesitamos recordar es que Dios no creó el sufrimiento. En el relato del Génesis, cuando Dios creó el mundo, todo era “bueno en gran manera” (cf. Gén 1,31). 

El dolor, la muerte y la injusticia entraron en el mundo como consecuencia del pecado. No porque Dios lo quisiera, sino porque el ser humano, al apartarse de Él, rompió el orden del amor y la armonía que había sido su plan original.

El misterio de la libertad humana

Dios nos ama tanto que nos ha dado libertad, y con ella, la posibilidad de elegir el bien… o el mal. Muchos de los sufrimientos del mundo tienen su raíz en las decisiones libres de los hombres: guerras, corrupción, abusos, desigualdad, abandono. Dios no aprueba esto, pero tampoco nos quita la libertad, porque sin ella no podríamos amar de verdad.

Dios no está lejos del dolor

A veces pensamos que Dios es como un espectador lejano, mirando desde el cielo lo que pasa en la tierra. Pero la verdad es otra: Dios ha querido compartir nuestro dolor. En Jesucristo, Dios se hizo hombre y conoció el sufrimiento en carne propia. Fue rechazado, traicionado, golpeado, clavado en una cruz. Dios no nos evita la cruz, pero no nos deja solos en ella.

El Catecismo de la Iglesia Católica lo dice así: “Cristo no suprimió todos los males, pero los asumió hasta la muerte y por eso puede darnos sentido y esperanza en medio del sufrimiento” (cf. CIC 1505).

El sufrimiento no es inútil

Aunque nos cueste entenderlo, la fe nos enseña que el sufrimiento puede tener un valor redentor. Cuando lo vivimos unidos a Jesús, puede ser fuente de crecimiento interior, de purificación, de compasión hacia los demás. ¡Cuántos santos descubrieron en el dolor una oportunidad para amar más profundamente!

San Juan Pablo II, que vivió en carne propia el sufrimiento físico y espiritual, escribió “En el sufrimiento está escondida una fuerza particular que acerca interiormente el hombre a Cristo” (Salvifici Doloris, 26).

La esperanza que no defrauda

Finalmente, los cristianos creemos que esta vida no es el final. Vivimos de la esperanza en la resurrección, en la vida eterna, donde “Dios enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni llanto, ni dolor” (Ap 21,4). Esa esperanza no es evasión, sino una luz que nos sostiene hoy, que nos da fuerza para seguir adelante, para consolar, para luchar por un mundo más justo.

Conclusión

Preguntar por qué sufrimos no es señal de debilidad en la fe, sino una expresión sincera de nuestra necesidad de sentido. La Iglesia no tiene respuestas mágicas, pero tiene una mirada llena de esperanza, alimentada por el amor de Dios. No todo tiene explicación inmediata, pero todo puede tener redención si lo vivimos de la mano de Cristo.

Y tú, en tu dolor, no estás solo. Jesús ha pasado por ahí. Y te acompaña.

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