¿Por qué rezamos el Rosario? Un camino mariano hacia Jesús

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El Rosario es una de las oraciones más queridas del pueblo católico. No es una repetición mecánica de fórmulas, sino un recorrido espiritual profundo que, de la mano de María, nos lleva a contemplar el rostro de Cristo. Cada Ave María, cada Padre Nuestro, es una perla de amor ofrecida a Dios a través del corazón maternal de la Virgen.

Breve historia del Rosario

Aunque la forma actual del Rosario tomó forma en el siglo XIII con la predicación de santo Domingo de Guzmán, ya desde siglos anteriores se usaban cuerdas con nudos o cuentas para ayudar a los fieles a rezar salmos u oraciones repetitivas. Con el tiempo, los monjes y laicos comenzaron a rezar 150 Avemarías como sustituto de los 150 salmos, especialmente quienes no sabían leer.

En el siglo XV, el dominico beato Alano de la Rupe promovió la práctica del Rosario dividiéndolo en “misterios” que meditan la vida de Cristo: gozosos, dolorosos y gloriosos. Fue san Juan Pablo II quien, en 2002, añadió los misterios luminosos para meditar momentos clave del ministerio público de Jesús, como el Bautismo en el Jordán o la Transfiguración.

Un camino mariano hacia Jesús

Rezar el Rosario no es solo hablar con María. Es caminar con ella por los misterios de la vida de su Hijo. María no es el destino final de nuestra oración, sino la guía que nos conduce a Jesús. Como ella misma dijo en Caná: “Hagan lo que Él les diga” (Jn 2,5).

Cada decena del Rosario es una invitación a meditar un momento central del Evangelio: el gozo del nacimiento de Jesús, el dolor de la cruz, la gloria de la Resurrección. Así, con el ritmo suave de las cuentas, vamos contemplando el misterio de nuestra salvación. El Rosario une labios, mente y corazón.

¿Por qué seguir rezándolo hoy?

En un mundo acelerado, donde reina el ruido y la prisa, el Rosario es una pausa de paz, una escuela de silencio, un acto de confianza en medio de la incertidumbre. Es la oración de los sencillos, de las madres, los abuelos, los jóvenes que buscan sentido, los enfermos, los misioneros.

Como escribió san Pablo VI: “El Rosario es el resumen de todo el Evangelio”. Y como decía sor Lucía, vidente de Fátima: “No hay problema, por más difícil que sea, que no pueda resolverse con el rezo del Rosario”.

Conclusión

Rezar el Rosario es entrar con María en la escuela de Jesús. No se trata de acumular méritos, sino de amar más profundamente, de conocer mejor a Cristo y de dejar que su luz transforme nuestra vida.

En cada misterio, María nos toma de la mano y nos dice al oído: “Mira a Jesús… escúchalo… ámalo… síguelo”.

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