¿Puede la Iglesia participar en la pacificación del país? Una llamada a la coherencia y al servicio

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La paz es un bien necesario, urgente y posible. Pero para alcanzarla se requiere mucho más que buenas intenciones: se necesita credibilidad, coherencia y compromiso. En este camino, la Iglesia Católica podría jugar un papel importante… pero no sin antes hacer una profunda revisión de conciencia.

Una Iglesia herida en su autoridad moral

La autoridad moral de la Iglesia en México se ha visto gravemente erosionada. ¿Cómo proponer caminos de reconciliación y justicia si hay heridas abiertas que aún no se reconocen ni se atienden con firmeza?

  • Ha habido representantes del clero que viven lejos del pueblo, alejados del espíritu de humildad, pobreza y sencillez que predican el Evangelio y los Papas Francisco y León XIV.
  • La Iglesia, en lugar de tender puentes con el gobierno legítimo, ha adoptado en ocasiones actitudes de confrontación pública, sembrando desconfianza.
  • No se ha pedido perdón con claridad ni se han tomado medidas ejemplares frente a los dolorosos casos de pederastia. La falta de autocrítica y reparación aleja a la Iglesia del corazón herido de la sociedad.
  • Algunos obispos y sacerdotes viven en entornos de privilegio, con estilos de vida que contradicen el Evangelio. Esto no sólo desconecta a los pastores del pueblo, sino que destruye la credibilidad de su mensaje.
  • En muchas parroquias, los sacerdotes están más centrados en lo ritual que en el dolor cotidiano de la gente. Falta presencia, cercanía, escucha.

A pesar de todo esto, no se trata de excluir a la Iglesia del proceso de pacificación, sino de invitarla a participar desde un lugar distinto: no desde el púlpito del poder, sino desde la cruz del servicio.

¿Cómo puede la Iglesia contribuir a la paz?

La Iglesia tiene una historia y una experiencia valiosas en procesos de reconciliación, organización comunitaria y acompañamiento espiritual. Pero su aporte será verdadero y fecundo si nace de una transformación interior y de una nueva actitud pastoral. Para ello, proponemos algunos caminos:

  1. Pedir perdón con valentía y asumir responsabilidades. La Iglesia debe mostrar una voluntad sincera de reconciliación con la sociedad. Reconocer los errores y abusos del pasado es condición para poder hablar con autoridad del futuro.
  2. Despojarse de privilegios y optar por los pobres. Sólo una Iglesia pobre y para los pobres podrá hablar de paz con el lenguaje que el pueblo comprende: el del ejemplo.
  3. Superar el clericalismo. Incluir a los laicos y laicas —hombres y mujeres comprometidos con la vida comunitaria— en los procesos de diálogo y pacificación, no sólo como oyentes, sino como protagonistas.
  4. Estar presente en los territorios más golpeados por la violencia. No basta con comunicados: es necesario que las parroquias, diócesis y congregaciones estén en las calles, en las casas, en las comunidades, consolando, organizando, acompañando.
  5. Colaborar sin protagonismos. Existen iniciativas serias y amplias como el Compromiso por la Paz, el Diálogo Nacional por la Paz, la Agenda Nacional de Paz. La Iglesia debe sumarse, no para imponer sus propuestas, sino para escuchar y aprender también del pueblo, de las víctimas, de otras iglesias, de movimientos sociales y de expertos.

Desde dónde hablar de paz

Si la Iglesia quiere ser parte activa de la pacificación del país, debe hacerlo desde el testimonio, no desde el privilegio. Desde el Evangelio vivido, no desde el poder recuperado. Desde la humildad de quien sabe que ha fallado, pero que desea volver a servir.

Es tiempo de bajar del estrado y caminar al lado del pueblo. Sólo así, y no de otra forma, la Iglesia podrá volver a ser una fuerza espiritual creíble para reconstruir los hilos rotos de nuestra sociedad.

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