El amor de Dios es nuestro consuelo

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“Consolaos, consolaos, pueblo mío, dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén; decidle a voces que su tiempo es ya cumplido, que su pecado es perdonado; que doble ha recibido de la mano del Señor por todos sus pecados”.

Este texto de Isaías en su capítulo 40 son palabras aparentemente dichas para otro tiempo y en otras circunstancias, pero son palabras que tienen mucho sentido y nos dan mucha esperanza en este tiempo.

En el texto de Isaías el Señor hace proclamar el fin de los sufrimientos del exilio y el retorno glorioso del pueblo hacia su tierra, sin embargo hoy también sigue actuando el Señor y también nos exige que hablemos al oído y al corazón de las personas que nos rodean con palabras de consuelo. Hoy también nos pide que digamos a todas las gentes que el amor de Dios no tiene fin y que es más grande que todas nuestras adversidades. 

Consolar al pueblo, es la invitación de esta Palabra. Y para ponernos un ejemplo el evangelio de Mateo (capítulo 18:10-14) nos narra la parábola de la oveja perdida. Es el amor incondicional del pastor que vive y muere por sus ovejas. 

Es el amor que sale en busca de la que se ha perdido. Es el símbolo de este Dios amoroso que no tiene empacho en salir en búsqueda de todos los pecadores perdidos, los carga sobre sus hombros y se llena de alegría con su regreso. 

Las palabras de amor dichas al oído en el profeta Isaías ahora se tornan en una proclama de amor fiel a pesar de las infidelidades del pueblo. Dios no nos falla y ahí está nuestra seguridad. Él nos da su consuelo y nos pide que consolemos a los demás. 

No es el consuelo de quien con la droga o con el alcohol o con el dinero, busca olvidar sus penas. Es el consuelo de quien se sabe amado por Dios a pesar de las caídas y tropiezos, a pesar de los llantos y dolores. 

El amor de Dios es más grande y en Él encontramos nuestro consuelo.

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