Quiero sentirme hijo de Dios

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En el corazón de cada cristiano hay un anhelo profundo: ser plenamente consciente del amor de Dios y experimentar la alegría de sabernos sus hijos. No es solo un deseo emocional, sino una verdad que nos revela la Iglesia y que se nos concede por gracia. “Quiero sentirme hijo de Dios” no es simplemente una aspiración, sino el reconocimiento de nuestra identidad más profunda, fundamentada en el Bautismo.

El Bautismo: Puerta de la filiación divina

Sabemos que somos hijos de Dios por creación, pero es a través del Bautismo que somos incorporados a la familia divina de manera plena. Como nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica:

“El Bautismo no solamente nos purifica de todos los pecados, hace también del neófito una ‘nueva criatura’ (2 Cor 5, 17), un hijo adoptivo de Dios que ha sido hecho partícipe de la naturaleza divina” (CIC 1265).

Es en el Bautismo donde recibimos la gracia santificante, el sello indeleble que nos configura como hijos en el Hijo, unidos a Cristo y llamados a vivir en comunión con el Padre.

Vivir como hijos amados

Aunque esta realidad es inmutable, muchas veces nos cuesta experimentarla. Las preocupaciones del mundo, el pecado o nuestras propias heridas pueden hacer que dudemos del amor de Dios. Sin embargo, la Iglesia nos ofrece múltiples caminos para renovar nuestra identidad filial:

La oración: En el Padrenuestro, Jesús nos enseña a dirigirnos a Dios con la confianza de un hijo que habla con su Padre. Cada vez que rezamos, reforzamos nuestra relación con Él.

La Eucaristía: Al recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo, renovamos nuestra unión con el Hijo y, en Él, con el Padre. Es el mayor signo de nuestra filiación divina.

El Sacramento de la Reconciliación: Como el hijo pródigo (Lc 15,11-32), siempre podemos volver al Padre. Dios no se cansa de acogernos y restaurarnos con su amor misericordioso.

María, Madre y Modelo: La Virgen María nos muestra cómo vivir plenamente nuestra filiación divina. Como Madre espiritual, nos acompaña en nuestro camino hacia Dios.

Abandonarse en la confianza de los hijos de Dios

San Juan Pablo II decía: “No tengan miedo de ser santos”. La santidad no es otra cosa que vivir como hijos de Dios, confiando en su amor y dejando que su gracia transforme nuestra vida.

Si alguna vez dudas de tu identidad como hijo de Dios, vuelve a la fuente: a los sacramentos, a la Palabra, a la oración. Y sobre todo, recuerda que no es nuestro sentimiento el que nos hace hijos, sino el amor fiel del Padre que nos ha llamado suyos.

En sus brazos siempre hay un lugar para ti. ¡Ábrele tu corazón y siente su amor de Padre!

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