Retos de un ministerio de Adultos Mayores

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La visión respetuosa y llena de admiración ante la ancianidad que se nos muestra en la Biblia, en la que se subraya la profunda vinculación de las personas mayores con sus familias, contrasta con la realidad actual.

Los mayores han perdido visibilidad: lo viejo no gusta, parece que la ancianidad es una enfermedad contagiosa, se ha pasado de una gerontocracia a una dictadura de la eterna juventud. Los jóvenes han tomado el liderazgo en todos los ámbitos, incluso en las iglesias, relegando a los mayores a un segundo plano.

En nuestra sociedad, donde va creciendo la cultura del descarte y la exclusión de las personas poco productivas, que suelen ser las más vulnerables, no siempre “la riqueza de los años” es entendida como la bendición de una larga vida, es decir, como un don, sino como una carga.

Un ministerio de adultos mayores debe tener capacidad para invitar a todos a estimar y valorar a las personas mayores, a ayudarlas en sus necesidades y acompañarlas para que puedan ser protagonistas impulsando su rol activo tanto en su iglesia como en la sociedad.

Retos de las personas mayores

Primer reto: el drama de la soledad no deseada. Un drama que no es exclusivo de las personas mayores, aunque sí es cierto que a medida que se van cumpliendo años es más probable que aparezcan factores que pueden aumentar el riesgo de sufrirla.

Según las estadísticas, la soledad representa un grave problema personal para alrededor de la décima parte de los adultos mayores. Por eso es vital estar conscientes de la relevancia que tiene el sentimiento de soledad en las personas mayores para valorar la importancia de su prevención y tratar de evitar que sea una experiencia que se mantenga en el tiempo. 

Salir al paso de esta soledad nos incumbe a todos, no es exclusivamente una responsabilidad de la persona mayor que la sufre o de su familia, lo es también de las instituciones sociales y de nuestra iglesia.

Segundo reto: fomentar el diálogo y la convivencia entre generaciones. Los jóvenes tienen en cuenta la sabiduría y ven en los adultos mayores puntos de referencia y modelos de fidelidad. Y cuando el futuro genera ansiedad, inseguridad, desconfianza y miedo, el testimonio de los ancianos puede ayudarles a levantar la mirada hacia el horizonte y hacia lo alto. 

Precisamente porque los mayores llevan un recorrido largo en esta vida y han vivido muchas etapas difíciles, pueden mostrar a los jóvenes una forma real de ver la vida y no ficticia, como a veces se construyen los jóvenes, motivados quizá por la sociedad y el tiempo en el que viven.

Por su parte, los jóvenes ayudan a los mayores a sumergirse en el momento presente tan avanzado en el uso de la tecnología y en tantas ramas del conocimiento que a los mayores les resulta desconocido y casi un reto enfrentarse a ello.

El valor de la vejez

La ancianidad es un tiempo de graciaque puede ser de especial vitalidad. En la vejez la esperanza no nos instala en la pasividad, sino que hasta el último momento tenemos la oportunidad de ser testigos de aquel que se hizo hombre para salvarnos.

Las personas mayores ante todo son esposos, hermanos, abuelos de otras personas. Por lo tanto es relevante el lugar natural de las personas mayores es su familia, donde, por una parte, tienen mucho que aportar y, por otra, deben ser acogidos, cuidados, respetados. 

También recuerdan que son depositarios de la sabiduría y de la historia de la comunidad, un elemento indispensable de equilibrio y fiabilidad. En las Iglesias cristianas, los mayores se deben comprometer con en evangelio, participando en el servicio, ofreciendo sus testimonios, sirviendo como ujieres, participando en las juntas, etc., aportando su fe, su experiencia y su tiempo. 

Los ancianos son, por derecho propio, testigos de la historia, protagonistas del hoy y agentes del mañana de la Iglesia, entendida esta como Cuerpo de Cristo.

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