San Juan Clímaco: escala hacia la santidad

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Cada 30 de marzo, la Iglesia Católica recuerda con especial veneración a San Juan Clímaco, monje y abad del Monte Sinaí, cuyo legado espiritual ha iluminado a generaciones de fieles.

Su apodo “Clímaco” (del griego klímax, “escalera”) proviene de su obra más célebre, La Escala del Paraíso, un tratado ascético que traza el camino del alma hacia Dios.

San Juan es reconocido como uno de los grandes maestros de la vida espiritual en la tradición monástica, y su memoria litúrgica el 30 de marzo nos invita a contemplar la profundidad de su enseñanza y su testimonio de santidad.

Monje del Sinaí: vocación y vida eremítica

San Juan Clímaco nació alrededor del año 579 en Palestina, en la segunda mitad del siglo VI . Siendo muy joven sintió el llamado de Dios y, a los 16 años, ingresó como monje en el Monte Sinaí (Egipto) .

Allí se puso bajo la guía espiritual del anciano abad Martirio, de quien fue discípulo durante cuatro años. Tras la muerte de su maestro, Juan abrazó una vida de mayor soledad: se retiró como ermitaño a una cueva en la base del monte Sinaí (la celda llamada Thole), donde vivió cerca de 40 años entregado a la oración, la penitencia y el trabajo humilde. 

En ese prolongado retiro, San Juan se consagró a buscar a Dios en el silencio del desierto, alcanzando tal unión con Él que sus contemporáneos lo llamaban “el Ángel del Desierto” por la pureza y fervor de su vida contemplativa . 

No obstante las duras tentaciones y pruebas que sufrió en la soledad, perseveró con fe heroica, auxiliado por la gracia en “todos los medios humanos y sobrenaturales” para vencer en la lucha espiritual .

La sabiduría y santidad de Juan no permanecieron ocultas. Muchos monjes y peregrinos buscaban su consejo, hallando en él un verdadero padre espiritual lleno de caridad y discernimiento. Se cuenta que, al inicio, algunos hermanos le reprochaban dedicar “demasiado tiempo” a aconsejar a otros; Juan, en su humildad, interpretó esa crítica como corrección fraterna y llegó a imponerse la penitencia de guardar silencio por un año entero. 

Solo después, a pedido de la misma comunidad que tanto lo necesitaba, volvió a brindar dirección espiritual, entendiendo que Dios le había dado ese don para el bien de las almas.

Ya con más de 70 años de edad, los monjes del Sinaí lo eligieron abad del famoso Monasterio de Santa Catalina. Ejerció este servicio con sabiduría y humildad, siendo “un sencillo monje más” entre sus hermanos y ejemplar en la caridad con todos. Llegó incluso a fundar un pequeño hospital para los peregrinos y enfermos que llegaban al monasterio. 

Tras algunos años, presintiendo cercana su partida, renunció al cargo para prepararse en oración a la eternidad. Finalmente, entregó su alma a Dios alrededor del año 649, a la edad de unos 80 años, coronando con una muerte santa una vida totalmente ofrecida al Señor .

Al celebrar a San Juan Clímaco, pidamos su intercesión y ejemplo. Que su espíritu de oración encienda nuestro corazón, que su humildad nos inspire a buscar la verdad de nosotros mismos en Dios, y que su amor al silencio nos ayude a escuchar la voz del Señor en nuestra vida diaria.

En compañía de San Juan y de todos los santos Padres del Desierto, animémonos a avanzar, con paciencia y valentía, en este hermoso camino ascendente hacia la santidad, hasta alcanzar la unión plena con Dios, meta última de la “escalera” espiritual.

Como decía San Juan Clímaco, “no te turbes si caes cada día; vuelve a levantarte, que el ángel custodio sostendrá tu constancia”. Sigamos subiendo confiados, pues Cristo nos espera en la cumbre con los brazos abiertos.

San Juan Clímaco, ruega por nosotros.

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