San Toribio de Mogrovejo: Pastor incansable y modelo de santidad

“El alma que tiene fe verdadera, tiene también caridad perfecta; y donde hay caridad, no hay codicia, ni soberbia, ni envidia, ni vicio alguno” – San Toribio de Mogrovejo.

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Cada 23 de marzo, la Iglesia celebra la memoria de san Toribio de Mogrovejo, un hombre que, aunque revestido de la dignidad episcopal, no dejó de ser un servidor humilde, cercano a su pueblo y profundamente enamorado de Cristo. 

Su vida es un testimonio de que la santidad no está reservada a unos pocos privilegiados, sino que es posible para todos aquellos que, con fidelidad y amor, se entregan plenamente al servicio del Evangelio.

Nacido en España en 1538, san Toribio fue inicialmente un laico que ejercía como profesor de derecho en Salamanca. Su virtud y conocimiento lo llevaron a ser nombrado Inquisidor de Granada, y poco después, para sorpresa de muchos, fue elegido arzobispo de Lima, a pesar de no haber recibido aún las órdenes sacerdotales. Esta decisión, aunque poco común, evidenciaba la confianza que la Iglesia tenía en su integridad, sabiduría y celo pastoral.

Una vez en el Perú, san Toribio se convirtió en un verdadero apóstol del Nuevo Mundo. Recorrió miles de kilómetros a pie y a lomo de mula, visitando parroquias, aldeas y comunidades indígenas, muchas de ellas en regiones remotas y de difícil acceso. Aprendió lenguas nativas para predicar mejor el Evangelio y veló incansablemente por la dignidad y los derechos de los pueblos originarios, muchas veces enfrentándose a autoridades civiles y eclesiásticas en defensa de la justicia.

Su labor pastoral no solo se limitó a la predicación. San Toribio convocó concilios, reformó el clero, fundó seminarios y promovió la catequesis. Fue también un verdadero sembrador de santos: tuvo contacto directo con santa Rosa de Lima, san Martín de Porres, san Juan Macías y san Francisco Solano. Su influencia espiritual y pastoral dejó una huella imborrable en la historia de la Iglesia en América Latina.

Murió en 1606 en Saña, Perú, agotado por su entrega, y fue canonizado en 1726. Su vida nos recuerda que la santidad se forja en la fidelidad cotidiana, en el servicio abnegado y en el amor sin medida a Dios y al prójimo. San Toribio no fue un hombre de vida fácil ni cómoda, pero fue profundamente feliz porque vivió en plenitud su vocación.

Otros santos del 23 de marzo

Junto a San Toribio de Mogrovejo, la Iglesia también celebra en este día la memoria de otros santos y beatos, que, desde sus diferentes circunstancias, dieron testimonio de Cristo. Entre ellos están:

Santa Rebeca Ar-Rayès (también conocida como Rafqa), religiosa maronita libanesa, que vivió en el silencio y el sufrimiento, y cuya vida fue una ofrenda de amor y unión con Cristo crucificado.

San Benito de Campania, mártir italiano del siglo VI, que ofreció su vida por la fe durante una época de persecución.

Beato Pedro Higgins, sacerdote dominico irlandés, martirizado en el siglo XVII por negarse a renunciar a su fe católica.

Estas conmemoraciones nos recuerdan que la Iglesia está llena de ejemplos luminosos, personas que como nosotros, con luchas y debilidades, supieron confiar en la gracia de Dios y responder generosamente a su llamado.

Conclusión

San Toribio de Mogrovejo no es sólo una figura lejana del pasado, sino un modelo actual para obispos, sacerdotes y laicos. Su vida, entregada a la misión y a la justicia, nos inspira a vivir con mayor autenticidad nuestro compromiso cristiano. 

Que su intercesión nos ayude a ser discípulos misioneros en nuestros propios contextos, allí donde Dios nos llama a sembrar esperanza y a construir el Reino.

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