Cada año, cuando llega septiembre, la Iglesia Católica abre un espacio privilegiado para volver a poner la Palabra de Dios en el centro de la vida cristiana. No es un mes cualquiera: es el Mes de la Biblia, un tiempo en el que la Iglesia nos invita a redescubrir la fuerza viva de las Escrituras y a dejarnos guiar por ellas como por una lámpara que ilumina el camino.
¿Por qué septiembre? La respuesta se encuentra en la memoria litúrgica de San Jerónimo, el gran traductor de la Biblia al latín, cuya fiesta celebramos el 30 de septiembre. Este hombre, nacido hacia el año 340 en Dalmacia y muerto en Belén en el 420, dedicó su vida al estudio profundo de las Sagradas Escrituras.
Su obra monumental, la Vulgata, fue durante siglos el texto oficial de la Iglesia y aún hoy sigue siendo un referente insustituible para la fe. San Jerónimo solía repetir una frase que nos interpela con fuerza: “Desconocer la Escritura es desconocer a Cristo”.
La Biblia: Palabra viva en la Iglesia
Para los católicos, la Biblia no es un simple libro antiguo. Es el diálogo de Dios con sus hijos, el relato vivo de la salvación y el alimento diario de nuestra fe. El Catecismo de la Iglesia Católica lo recuerda con claridad: la Sagrada Escritura es “alma de la teología” y “alimento de la vida espiritual” (Cat. 131-132).
El Papa Francisco, en su exhortación Evangelii Gaudium, nos llama a hacer de la Palabra de Dios la brújula de nuestra vida:
“Que la Biblia sea la primavera de nuestra vida espiritual, la que nos indique el camino a seguir, la que nos dé alegría y esperanza en medio de los desafíos”.
Y antes que él, san Juan Pablo II nos pedía dedicar septiembre a promover el conocimiento y difusión de los textos bíblicos, porque nadie que se diga cristiano puede vivir de espaldas a la historia de la salvación.
El desafío de hoy: escuchar a Dios en su Palabra
Vivimos en una época vertiginosa, donde las noticias corren más rápido que las certezas y donde el ruido a menudo nos impide escuchar la voz de Dios. Por eso, la Iglesia nos invita a volver a la Biblia no como a un objeto de museo, sino como a una fuente inagotable de vida y consuelo.
La Palabra de Dios nos enseña a mirar el mundo con esperanza, a comprender nuestra historia personal bajo la luz del Evangelio y a descubrir, en cada página, que Dios sigue escribiendo su mensaje de amor en nuestras vidas.
Caminos para acercarnos a la Biblia
Una de las formas más fecundas de leer las Escrituras es la Lectio Divina, ese método antiguo que nos lleva del texto al corazón. Consiste en cuatro pasos sencillos y profundos:
- Lectura: escuchar atentamente el pasaje bíblico.
- Meditación: descubrir qué nos dice hoy ese mensaje de salvación.
- Oración: responder a Dios con gratitud, súplica y entrega.
- Contemplación: dejar que la Palabra transforme nuestra vida y nos comprometa.
Se recomienda hacerlo en un ambiente de recogimiento, con un crucifijo, una vela encendida y la invocación al Espíritu Santo, para que la Escritura no sea letra muerta sino palabra viva.
Recomendaciones prácticas
- Ora siempre al Espíritu Santo antes de abrir la Biblia.
- Lee con humildad, sabiendo que nunca se termina de comprender todo.
- Interpreta siempre en comunión con la Iglesia, que es madre y maestra.
- Lee con frecuencia: la Palabra es como el pan, alimento cotidiano.
- Busca en ella no curiosidades, sino la voz de Dios que llama a amar y servir.
Un mes para toda la Iglesia
El Mes de la Biblia no es sólo para los estudiosos, sino para todos los cristianos: familias, jóvenes, parroquias y comunidades. Cada parroquia organiza círculos bíblicos, encuentros de oración, talleres y retiros, que son ocasiones providenciales para crecer en la fe.
Al final, lo esencial es esto: la Biblia no es un libro para acumular en un estante, sino una carta de amor que el Padre nos dirige. En ella descubrimos a Jesucristo, Palabra eterna hecha carne, y bajo su luz aprendemos a vivir como hijos de Dios y hermanos entre nosotros.
Septiembre, mes de la Biblia
Septiembre nos recuerda que la Biblia no es sólo un patrimonio histórico, sino el corazón palpitante de nuestra fe. Al celebrarla, celebramos a Cristo mismo, que sigue hablándonos hoy. Que este mes sea la oportunidad para abrirla, leerla, meditarla y, sobre todo, vivirla.
Porque, como decía San Jerónimo, “quien desconoce la Escritura, desconoce a Cristo”. Y quien la ama, descubre en ella la fuente perenne de la vida eterna.











