Para parejas fuera del matrimonio: una Iglesia que Acompaña con Amor y Misericordia

La Pastoral de la Familia atiende a los divorciados vueltos a casar.

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Durante mucho tiempo, la Iglesia ha sido muy estricta con las personas que viven en situaciones de pareja fuera del matrimonio religioso. A los padres fuera del matrimonio y con hijos o a los divorciados que se han vuelto a casar, se les ha negado la comunión y muchas veces se les ha tratado como pecadores sin remedio.

Hoy en día, la sociedad ha cambiado y el divorcio se ha vuelto algo común. Muchas personas terminan una relación cuando ya no funciona y comienzan otra, a veces sin casarse ni por la Iglesia ni por lo civil. Esto ha hecho que aumenten las familias rotas y que muchos niños crezcan sin la presencia de ambos padres.

El Papa Francisco, en su exhortación Amoris laetitia (La Aelegría del Amor), nos invita a ver esta realidad con más amor y comprensión. No se trata de decir que todo está bien, sino de entender que no todas las personas que han pasado por un divorcio están alejadas de Dios. Hay quienes han formado nuevas familias con amor, responsabilidad y compromiso, y aunque no puedan recibir la comunión, sí pueden participar en la vida de la Iglesia.

Una Iglesia que comprende y acompaña

El Papa nos recuerda que cada historia es diferente. Algunas personas han sido abandonadas, han sufrido violencia o se han separado por motivos muy difíciles. Para ellos, la Iglesia no puede ser un lugar de juicio, sino un hogar donde encuentren apoyo, escucha y sanación.

También nos pide que las comunidades cristianas no aparten a los padres divorciados. No podemos exigirles que eduquen a sus hijos en la fe si nosotros mismos los alejamos. Debemos ayudarlos a sentirse parte de la Iglesia, porque así también ayudamos a sus hijos a crecer con valores y esperanza.

Un llamado a la misericordia

El divorcio es un problema real que sigue creciendo, y nuestra misión no es sólo ayudar a quienes ya han pasado por él, sino también fortalecer las familias para que puedan mantenerse unidas.

El Papa Francisco nos recuerda que nadie debe ser rechazado para siempre, porque Dios es amor y siempre nos da nuevas oportunidades. Jesús nunca condenó a nadie sin antes ofrecerle su perdón y su amistad. Como cristianos, debemos hacer lo mismo: dejar de juzgar y empezar a acompañar con cariño y comprensión.

La Iglesia no debe ser un lugar que excluye, sino un refugio de amor, donde todos encuentren un camino para acercarse a Dios, sin importar su historia o sus errores. Es tiempo de ser una comunidad que abraza, guía y ayuda a sanar.

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